Nuestra vida terrenal proviene de la Vida infinita, de la Vida divina. En esta vida terrenal tal vez permanecemos en la tierra un corto período de tiempo, digamos que cincuenta o sesenta años. Pero dentro de esta vida ligada a la tierra está la Vida ilimitada. Pasado un cierto tiempo, entramos en el pasillo de la muerte por cinco o diez o veinte años. Cuando entramos en ese pasillo, el alma abandona el cuerpo para tomar un corto o largo descanso, y regresa a la región del alma. Aquí, si la persona fue espiritual, el alma recupera la Vida eterna, la Vida divina que existía antes del nacimiento, que existe entre nacimiento y muerte, que existe en la muerte y que, al mismo tiempo, va más allá de la muerte.
Mientras vivimos en la tierra, nos podemos colocar en el plano de la Vida eterna mediante nuestra aspiración y nuestra meditación. Pero, por el mero hecho de entrar en la Vida interminable, no llegamos a poseerla; hemos de devenir en ella consciente y constantemente. Cuando entramos en la vida de meditación, la meditación debe llegar finalmente a ser inseparable de cada momento nuestro. Cuando seamos capaces de meditar veinticuatro horas al día, estaremos entonces inhalando constantemente la Vida infinita. En nuestra conciencia interna habremos llegado a ser uno con el alma.
Cuando vivimos en el alma, no existe tal cosa llamada muerte; simplemente hay una evolución constante de nuestra conciencia, de nuestra vida aspirante. Pero cuando vivimos en el cuerpo, todo el tiempo hay muerte. Cuando el temor entra en nuestra mente, morimos de inmediato. ¡Cuántas veces morimos al día! El temor, la duda y la ansiedad están matando constantemente nuestra existencia interna.From:Sri Chinmoy,Más allá-dentro (Una filosofía para la vida interior), Agni Press, 1975
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