El deber supremo

Cantó el poeta:

> Dormía y soñé que la vida era Belleza.

> Desperté y descubrí que la vida era Deber.

El deber y la belleza son como el Polo Norte y el Polo Sur.

¿Qué es la belleza? La belleza es la unidad de lo finito y lo Infinito. La belleza es la expresión de lo Infinito a través del hombre finito. La belleza es la encarnación de Dios el Infinito en el hombre. En el mundo material, en el mundo físico, Dios se revela a través de la belleza.

La belleza del alma es la belleza sin par en el mundo físico. Esta belleza inspira al mundo externo y colma al mundo interno. Esta belleza nos hace uno con el Alma de Dios, la Luz infinita. Esta belleza nos hace uno con el Cuerpo de Dios, el universo. Cuando vivimos en el mundo de la aspiración, llegamos a comprender que el Deber trascendental y la Belleza universal son las expresiones perfectas de una misma realidad.

Dios piensa en Su Deber. Dios medita en Su Deber. El hombre ama su recompensa. El hombre implora su recompensa.

El deber realizado incondicionalmente hace feliz a Dios, y eso es lo que Él hace en todo momento.

La recompensa ganada sin esfuerzo y de manera constante hace feliz al hombre, y eso es lo que él siempre espera y por lo que él vive.

En nuestro deber humano pensamos en el hombre dentro del hombre. En nuestro deber humano vemos al hombre en el hombre; es decir, amamos la esclavitud en la ignorancia.

Nuestro deber divino es meditar en Dios dentro del hombre. Nuestro deber divino es ver a Dios en el hombre; es decir, amar a la Divinidad en la Inmortalidad.

El deber humano comienza con compulsión y, muy a menudo, termina en frustración y repulsión. El deber divino comienza con una necesidad interna y termina en una inundación de éxtasis.

En nuestra vida cotidiana, el deber es algo desagradable, exigente y desalentador. Cuando se nos recuerda nuestro deber, perdemos toda nuestra espontánea alegría interna; nos sentimos miserables. Sentimos que podríamos haber usado nuestra energía de vida para un propósito mejor. El deber es penoso, tedioso y monótono, simplemente porque lo hacemos con el ego, el orgullo y la vanidad. El deber es agradable, alentador e inspirador cuando lo hacemos por el bien de Dios. Lo que necesitamos es cambiar nuestra actitud hacia el deber; si trabajamos por el bien de Dios, entonces no hay deber alguno, todo es alegría, todo belleza. Cada acción ha de ejecutarse y ofrecerse a los Pies de Dios. El deber por el bien de Dios es el deber supremo.

En nuestra vida no aspirante realizamos deberes y sentimos que deber es sinónimo de trabajo. También sentimos que el deber es una imposición mientras que la recompensa es un placer muy codiciado. En nuestra vida aspirante, el deber es voluntario. No, nunca es obligatorio. Y la recompensa es la energizante alegría del servicio desinteresado. En nuestra vida de realización, el deber es nuestro orgullo divino, y la recompensa es nuestra altura gloriosa y trascendental.

Ningún derecho tenemos a asumir otro deber antes de resolver nuestra propia salvación espiritual. ¿No nos confió Dios esta maravillosa tarea en el momento mismo de nuestro nacimiento? El deber supremo es esforzarse constantemente por la realización de Dios. El tiempo es corto, pero la misión de nuestra alma en la tierra es sublime. ¿Cómo podemos perder el tiempo?

Ama mucho a tu familia; este es tu gran deber. Ama más a la especie humana; este es tu deber mayor. Ama a Dios por encima de todo; este es tu deber más grande, el deber supremo.

Hay dos cosas: el recuerdo y el olvido. Todos sabemos que es nuestro deber recoger nuestro salario; ciertamente es nuestro deber, y lo recordamos siempre. Pero hay otro deber: tenemos que trabajar. Ese deber lo olvidamos. Para obtener nuestro salario, tenemos que trabajar. De alguna manera nos las arreglamos para olvidarnos de esto. En el mundo espiritual también hay un deber. Un deber es disfrutar los frutos de la realización de Dios. Todos lo sabemos y estamos sumamente dispuestos a ejecutar este deber. Pero, desafortunadamente, olvidamos el otro deber: la meditación. Un deber es disfrutar de los frutos; el otro deber es adquirir los frutos. Somos lo bastante listos para clamar por los frutos de la realización mucho antes de haber entrado en el campo de la meditación. Sin meditación no hay realización. Sin meditación, la realización de Dios no es más que autoengaño.

El deber y la recompensa, desde el punto de vista espiritual, van juntos. Son como el anverso y el reverso de la misma moneda espiritual. El deber es el hombre-la-aspiración, y la recompensa es Dios-la-Realización y Dios-la-Liberación. Además, en la recompensa está el eterno viaje del hombre, su viaje en continua trascendencia; y en el deber está Dios-la-Realidad siempre transformadora, siempre manifestadora y siempre colmadora aquí en la tierra y allá en el Cielo.

Tanto en nuestra vida no aspirante como aspirante, vemos que el deber precede a la recompensa. El deber viene primero y va seguido la recompensa. En la vida de realización sucede lo contrario: la recompensa viene antes que el deber. ¿Cómo? Cuando Dios le ofrece a alguien Su Altura trascendental, Su más alta Iluminación, significa que ya le ha concedido la realización plena. Dios ha aceptado a la persona como Su instrumento elegido. El hecho mismo de que Dios la haya aceptado como Su instrumento elegido, indica que ya ha recibido de Dios la más alta recompensa. Más tarde, Dios le habla sobre su deber: amar a la humanidad, ayudar a la humanidad, servir a la divinidad en la humanidad, revelar a Dios-la-Compasión-eterna y manifestar a Dios-el-Interés-eterno sobre la tierra, aquí y ahora.

From:Sri Chinmoy,Más allá-dentro (Una filosofía para la vida interior), Agni Press, 1975
Obtenido de https://es.srichinmoylibrary.com/bw