Con la oración nos convertimos individualmente en la más alta Divinidad. Pero cuando sea que rezamos, hay a menudo un sutil deseo de algo. Podemos llamarlo una aspiración, en la medida en que rezamos por llegar a ser buenos, por decir o hacer algo bueno, por tener algo divino que no tenemos o por ser liberados del miedo, la envidia, la duda, etcétera. En la meditación hacemos otra cosa. Tan solo nos dejamos entrar conscientemente en el fulgor de la Luz o invocamos la Luz universal para que transforme nuestra ignorancia en sabiduría.
Cuando rezamos, aspiramos a lo Altísimo y nuestra existencia entera asciende como una llama. La oración puede provenir del corazón, pero en ella siempre hay una tendencia a desear algo. Cuando rezamos, automáticamente actuamos como si fuésemos mendigos suplicando a Dios que nos conceda una dádiva.
Cuando un mendigo llama a una puerta, no se interesa por saber si el propietario es rico o pobre; simplemente llama una y otra vez para obtener algo. Así rezamos a Dios, pidiéndole esto o aquello, alzando nuestra mirada hacia Él e implorando. Sentimos que Dios está muy arriba mientras que nosotros estamos aquí abajo; sentimos que hay un gran abismo entre Su existencia y la nuestra. No sabemos cuándo o en qué medida va Dios a colmar nuestros deseos; simplemente pedimos, y luego esperamos que una gota, dos gotas o tres gotas de Compasión, Luz o Paz desciendan sobre nosotros.
Cuando meditamos, no es así en absoluto. En la meditación, nos sumergimos en el vasto mar de la Conciencia. No tenemos que pedirle la Paz o la Luz a Dios, porque estamos nadando en el mar de las cualidades divinas. En ese momento, Dios nos da más de lo que nunca podamos imaginar. Cuanto más profundizamos en la meditación, más expandimos nuestra propia conciencia, y más abundantemente crecen dentro de nosotros las cualidades de la Luz, la Paz y la Dicha. La meditación misma es el fértil terreno donde puede crecer la abundante cosecha de Luz, Paz, Dicha y Poder.
En la oración no tenemos nada y Dios lo tiene todo; por eso Le decimos a Dios que nos lo dé. Cuando meditamos, sabemos que todo lo que Dios tiene, nosotros también lo tenemos, o bien lo tendremos algún día. Sentimos que todo lo que Dios es, nosotros también lo somos, pero no lo hemos expuesto.
En occidente, muchos santos han realizado a Dios solo por medio de la oración; no se interesaron por la meditación. En el mundo occidental oímos hablar más acerca de la oración que de la meditación. En oriente, prestamos mayor atención a la meditación. Esta es la diferencia entre oración y meditación: cuando rezo, yo hablo y Dios escucha. Cuando medito, Dios habla y yo escucho.
Si queremos diferenciar entre la oración y la meditación, podríamos decir que la oración es el ascenso consciente de la conciencia humana y la meditación es una invitación a lo Infinito o una ofrenda a lo Infinito. Cada individuo es quien elegirá si le gustaría progresar rápidamente a través de la oración o a través de la meditación.
La aspiración se encuentra tanto en la oración como en la meditación. Quien reza siente un llanto interno por realizar a Dios. Cuando rezamos, nos elevamos cada vez más alto. Quien medita, siente la necesidad de traer la Conciencia directamente hasta su ser, adentro de su propia conciencia. La aspiración es la única llave, tanto para la oración como para la meditación. O bien nos extendemos hacia Dios o bien Él desciende hasta nosotros. En última instancia, es la misma cosa. Dios vive en el tercer piso, pero cuando baja al primer piso sigue siendo el mismo Dios. Un aspirante puede subir y alcanzarle; otro puede hacer que Él baje. Cuando rezamos, subimos y Le tocamos; cuando meditamos, hacemos que Él descienda a nuestra conciencia.
Si uno desea ayudar a otras personas, lo más importante es rezar y meditar cada día. No puedes ayudar realmente a la gente sin conseguir primero la capacidad interna mediante tu oración y tu meditación. Si quieres ayudar a la gente, ayúdala tras haber recibido la fuerza interna de tu propia oración y meditación. Haz primero lo primero. Si rezas, obtendrás riqueza espiritual; si meditas obtendrás riqueza espiritual. Pero si tratas de ayudar a otros sin meditación, sin tu riqueza, ¿qué podrás ofrecerles? En ese momento, tú mismo eres un mendigo también. Tu plegaria y tu meditación son tu trabajo interno. Cuando haces este trabajo por la mañana, rezando y meditando, Dios te da tu salario, tu riqueza espiritual. Una vez que tienes tu salario, puedes ofrecérselo a otros.
Tus oraciones pueden ayudar a otra persona, pero debes saber cómo. Tú Le estás rezando a Dios, y esa persona en particular posee a Dios en su interior. Cuando rezas por su bienestar, no estás directamente tocando a la persona, estás tocando a Dios dentro de ella. Tu plegaria está yendo a Dios, la Fuente.
¿Qué haces cuando una planta está seca? No necesitas de hecho tocar la planta misma; riegas su raíz y la planta recupera la fuerza. De la misma manera que vas a la raíz de la planta, ve al Origen de la persona. Su Origen es Dios. La persona por la que estás rezando obtendrá el mayor beneficio si lo haces con esta idea en la mente.
Para eliminar la tensión mientras meditas o rezas, procura enfocar toda tu atención en el corazón, no en la mente. Primero trata de ver la fuente-corazón; desde allí sentirás un caudal que estará yendo hacia arriba o hacia abajo. Trata de dirigirlo para que se mueva hacia arriba desde el corazón. Este caudal, que es Gracia divina, es como el agua. Cada vez que rezas o meditas, siente que estás cavando hacia dentro. El agua que todo lo nutre emergerá de forma natural, ya que está siendo constantemente suministrada desde su Fuente infinita: Dios.From:Sri Chinmoy,Más allá-dentro (Una filosofía para la vida interior)., Agni Press, 1975
Obtenido de https://es.srichinmoylibrary.com/bw