El amor es un ave. Cuando la enjaulamos, lo llamamos amor humano. Cuando dejamos que el amor vuele en la conciencia omnipresente, lo llamamos amor divino.
El amor humano ordinario, con sus temores, acusaciones, malentendidos, celos y disputas, es un fuego que nubla su propio resplandor con una cortina de humo. El mismo amor humano, surgiendo del encuentro de dos almas, es una llama pura y radiante. En lugar de humo, emite los rayos de la entrega, el sacrificio, el altruismo, la alegría y la plenitud.
El amor humano es a menudo la terrible atracción de cuerpos y nervios; el amor divino es la siempre floreciente afinidad de las almas.El amor divino es desapego; el amor humano es apego. El desapego es satisfacción real; el apego es sed insaciable.
El amor ascendente, emergiendo de la alegría del alma, es la sonrisa de Dios. El amor descendente, llevando consigo la pasión de los sentidos, es el beso de la muerte.
El amor humano habitualmente se abraza a sí mismo y persiste por sí mismo. El amor divino lo abraza todo y existe por sí mismo.
El amor puede ser tan frágil como el vidrio o tan fuerte como la Eternidad, dependiendo de si está basado en el vital o en el Alma.Nuestras emociones superiores, retiradas de sus objetos humanos y ofrecidas a Dios, son convertidas por Su magia en néctar divino. Nuestras emociones inferiores, si no son transmutadas y transformadas, son convertidas en veneno por nuestra propia mano.
La desilusión persigue hábilmente al amor vital. La satisfacción consuma divinamente el amor psíquico.Cuando nuestro ser vital quiere ver algo, tiene que mirar a través de su amor a sí mismo. Cuando nuestro ser psíquico quiere ver algo, lo ve a través del ofrecimiento de sí mismo.
El amor humano le dice al amor divino: «No te puedo tolerar». El amor divino le dice al amor humano: «Bueno, ese no es motivo para que yo te abandone».From:Sri Chinmoy,Más allá-dentro (Una filosofía para la vida interior)., Agni Press, 1975
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