La entrega no es algo que podemos ofrecer a Dios de improviso. La entrega total requiere un esfuerzo personal; asimismo, la entrega total puede desempeñar el papel del esfuerzo personal. Dios puede darnos todo lo que Él quiera aun cuando no halla tan siquiera pizca de esfuerzo personal por nuestra parte. Pero Él dice: «Es por tu propia satisfacción que te pido hacer este pequeño esfuerzo personal». Cuando podemos hacer este esfuerzo personal, nuestra vida entera está cargada de orgullo divino: «¡Mirad lo que he hecho por Dios!». Nuestra unidad consciente con Dios, que es infinito, que es eternamente inmortal, que es nuestro Más Querido, nos incita a hacer algo por Él.
Si hacemos sinceramente un esfuerzo personal, sin duda alguna, Dios va a estar complacido con nosotros. ¿Por qué? Porque Él puede decirle al mundo: «Mi hijo, Mi instrumento elegido, ha hecho muchas cosas por Mí». Podemos probar ser dignos de nuestra existencia en la tierra, y al mismo tiempo podemos hacer que Dios esté orgulloso de nosotros, a través de nuestro esfuerzo personal. Pero, mientras realizamos nuestro esfuerzo personal, tenemos que saber que en Dios hay Gracia infinita. Cuando la Gracia desciende, ya no hay más esfuerzo personal; es solo una autoentrega dinámica. Cuando ofrecemos los resultados de nuestra aspiración y nuestra urgencia interna de Dios, eso se llama entrega verdadera. Si no ofrecemos los resultados a Dios, sino que simplemente nos tendemos como un cuerpo inerte a Sus Pies, dejando que Él trabaje por nosotros, en nosotros y a través de nosotros, es un error. Dios no quiere un cuerpo inactivo, un alma muerta. Quiere a alguien activo, dinámico y aspirante; alguien que quiera ser energizado de tal modo que pueda hacer algo por Dios; alguien que quiera realizar a Dios y manifestar todas las cualidades divinas aquí en la tierra. La entrega divina, desde el punto de vista espiritual, proviene de la fuerza de voluntad. Si tenemos una voluntad inquebrantable, obtendremos la capacidad de entregarnos incondicionalmente. Asimismo, si podemos entregarnos incondicionalmente a Dios, obtendremos la capacidad de desarrollar la fuerza de voluntad. La fuerza de voluntad interna, que es la luz del alma, y la entrega, que es la unidad de nuestro corazón con el Absoluto, siempre van juntas, son inseparables. No puede haber diferencia alguna entre la fuerza de voluntad del alma y la entrega incondicional de nuestro ser entero a la Voluntad del Supremo. Ambas son igualmente fuertes.From:Sri Chinmoy,Más allá-dentro (Una filosofía para la vida interior)., Agni Press, 1975
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