Capítulo III: La acción

En virtud de nuestra identificación con el corazón de Arjuna, tendemos a sentir, al comienzo del tercer capítulo, que estamos arrojados a un mundo de despiadada confusión e inmensa duda. Arjuna quiere un alivio inmediato para su tensión mental; quiere escuchar una verdad decisiva. Su impaciencia le impide ver la verdad total en todos sus aspectos. En el capítulo anterior, su divino Maestro, Sri Krishna, expresó su profundo aprecio por el camino del conocimiento: pero, al mismo tiempo, le comunicó la gran necesidad de la acción. El Maestro, por supuesto, no tenía la menor intención de arrojar al estudiante al mar de la confusión. Lejos de ello. Lo que Arjuna requería era una visión más amplia de la Verdad y un significado más profundo de la Realidad. Cuando vemos a través de los ojos de Arjuna, vemos que el suyo es un mundo de ideas conflictivas. Pero cuando vemos a través de los ojos de Sri Krishna, vemos un mundo de facetas complementarias de la Verdad que todo lo sostiene y todo lo abarca.

El conocimiento y la acción, creía Arjuna, lo conducirían a la misma meta. ¿Por qué está entonces condenado o se espera de él, que, incitado por la acción, vadee el baño de sangre de la guerra?

Ciertamente, el cielo mental de Arjuna estaba cubierto de espesos nubarrones; pero su cielo psíquico anhelaba la verdadera iluminación. Su poderosa pregunta es: «Si consideras el conocimiento superior a la acción, ¿por qué me incitas a esta terrible acción?».

Ahora Sri Krishna le dice: «Dos caminos existen, Arjuna, como ya te he explicado: el camino del conocimiento y el camino de la acción. Por medio del arte divino de la contemplación, el aspirante sigue el camino del conocimiento. Por medio del impulso dinámico del trabajo desinteresado, el buscador sigue el camino de la acción».

El conocimiento siente que el mundo interior es el mundo real. La acción siente que el mundo exterior es el mundo real. El camino del conocimiento penetra en el interior desde el exterior, mientras que el camino de la acción se dirige al exterior desde el interior. Esta es la diferencia. Pero esta aparente dualidad nunca puede ser la verdad completa, la Verdad última.

Hay un proverbio árabe que dice:

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«Existen cuatro tipos de hombres:

El que no sabe y no sabe que no sabe:

ese es un tonto, evítalo;

El que no sabe y sabe que no sabe:

ese es un ingenuo, enséñale;

El que sabe y no sabe que sabe:

ese está dormido, despiértalo;

El que sabe y sabe que sabe:

ese es un sabio, síguelo».

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También Arjuna tuvo que pasar por estas cuatro etapas de evolución. Al final del primer capítulo, declaró: «Oh Krishna, no lucharé». No conocía lo que era la Verdad; pero ignoraba este hecho. Krishna, siendo la Compasión personificada, no podía evadir a su queridísimo Arjuna.

«Dime, te lo ruego, ¿qué es mejor para mí?». Aquí la sencilla sinceridad de Arjuna alcanza la profundidad del corazón de Sri Krishna, y el Maestro comienza a instruir al aspirante.

Arjuna había sabido toda su vida que el heroísmo era el aliento mismo de un kshatriya como él; pero su mente eclipsó temporalmente este conocimiento interno. Se encontraba en el mundo del sueño engañoso; por consiguiente, Sri Krishna tuvo que despertarlo, diciendo: «¡Arjuna, lucha! En la victoria gozarás de la soberanía de la tierra; en la muerte, se abrirán totalmente las puertas del Paraíso».

Finalmente, Arjuna realizó que Sri Krishna no solo sabía la Verdad, sino que también era la Verdad. Así pues, quiso seguir a Sri Krishna. Exclamó: «Saranagata —tú eres mi refugio—. Estoy a tu disposición».

Quien sigue el camino de la Acción es sencillo por naturaleza, dice Krishna. Es sencillo, su acción es directa; el resultado es inmediato. Arjuna, sin embargo, quiere librarse de la acción, lo cual es nada menos que imposible. La acción no solo es hecha por el cuerpo, sino también en el cuerpo a través de la mente. La acción juega su papel también en los niveles conscientes y subconscientes de nuestro ser. La acción no puede morir. Nunca puede soñar con una evasión mientras estén vivos los impulsos de la naturaleza. La acción nos ata únicamente cuando nosotros atamos a la acción con nuestros gustos y aversiones. El árbol de la acción crece dentro de nosotros ya sea con sus frutas venenosas o ambrosíacas.

Según Shankara, se puede dudar de la existencia de Dios; pero es imposible dudar de la propia existencia. Un ser humano, si alberga sentido común, cree en su existencia presente. Si quiere avanzar un paso más, tiene que aceptar la innegable existencia del destino. Y ¿qué es el destino? El destino es la experiencia evolutiva de nuestra conciencia. Esta experiencia no es ni oscura ni incierta, sino la necesaria inevitabilidad de una ley cósmica que se esfuerza por su manifestación externa en perfecta Perfección.

La acción y la reacción son el anverso y el reverso de una misma moneda. A veces, pueden parecer dos funestas enemigas. Sin embargo, es innegable su idéntica capacidad. El Hijo de Dios hizo esta elevada observación: «Quienes tomen la espada perecerán por la espada».

La acción en sí no tiene poder para atar; tampoco lo necesita. El deseo subyacente en la acción es lo que tiene el poder de atarnos y decirnos que la libertad no es para los mortales. Pero si en la acción se advierte el sacrificio, o si la acción se lleva a cabo con espíritu de sacrificio, o si la acción es considerada como sacrificio, entonces la acción es perfección, la acción es iluminación y la acción es liberación.

Para quien vive en un cuerpo, la acción es una necesidad, la acción es una obligación. El hombre es el resultado de un sacrificio divino. Es el sacrificio lo que puede vislumbrar la verdad y colmar la existencia humana. Solo en el sacrificio vemos el vínculo que conecta y colma entre un individuo y otro. No hay duda de que el mundo está progresando y evolucionando. Sin embargo, en el mundo occidental, frecuentemente, el sacrificio es considerado como sinónimo de estupidez e ignorancia. Citando a William Q. Judge, uno de los primeros líderes teosóficos:

«Aunque Moisés estableció sacrificios para los judíos, los sucesores cristianos los han abolido, tanto en espíritu como en letra, con una curiosa inconsistencia que les permite ignorar las palabras de Jesús: “Ni una jota ni una tilde de la ley debería desaparecer hasta que todas estas cosas se cumplieran”».

A decir verdad, el Oriente de hoy en día no es una excepción.

¿Qué es el sacrificio? Es el descubrimiento de la unidad universal. En el Rig Veda vemos el sacrificio supremo hecho por el sabio Brihaspati:

> Devebhyah kam avrinit mrtyam…​

> Por amor a los dioses, escogió la muerte. No escogió la inmortalidad, por amor a los mortales.

El sacrificio es el secreto del servicio consagrado. Fue el miedo algún otro motivo dudoso, lo que forzó a algunas mentes primitivas a abrazar el sacrificio. Pensaron que los ojos de los dioses cósmicos emitirían fuego, si no se les sacrificaba animales como ofrenda. Por lo menos eran lo suficientemente sabios para no sacrificar a niños, lo más cercano y querido. El Supremo quería, todavía quiere y siempre querrá, sacrificio tanto de los seres humanos como de los dioses para su beneficio recíproco. Es su mutuo sacrificio lo que convierte a ambas partes en una e indivisible. Los hombres ofrecerán su aspiración; los dioses su iluminación. Un hombre de verdadera satisfacción es un hombre de consagrado ofrecimiento. El pecado no puede aproximarse a él. La existencia de la humanidad como un todo es lo primero que demanda atención; la existencia individual después. El trabajo realizado con el espíritu de la más pura ofrenda conduce al aspirante a la morada de la perfecta bienaventuranza.

La posesión no es satisfacción, mientras el ego respire en nosotros. El gran rey Janaka lo sabía. No es extraño que Janaka fuera el más querido del sabio Yagñavalka. Sus discípulos brahmines sentían que Janaka tenía preferencia solo por ser rey. Es obvio que Dios no iba a permitir que el sabio Yagñavalka sufriera esta injusta crítica. ¿Qué sucedió, pues? Mithila, la capital de Janaka, comenzó a arder en llamas ascendentes y devoradoras. Los discípulos corrieron, abandonando a su preceptor se apresuraron a sus respectivas cabañas. ¿Para qué? Justamente para salvar sus taparrabos. Todos huyeron menos Janaka. Este ignoró sus riquezas y tesoros, que estaban quemándose en la ciudad. Janaka permaneció junto a su gurú Yagñavalka, escuchando las palabras ambrosíacas del sabio. «Mithilayam pradagdhayam namekincit pranasyati…». «Nada pierdo, aunque Mithila se convierta en cenizas». Entonces, los discípulos comprendieron por qué su gurú favorecía más a Janaka. Esta es la diferencia entre un sabio y un ignorante. Un ignorante sabe que lo que tiene es el cuerpo. Un sabio sabe que lo que tiene y lo que es, es el alma. Por lo tanto, para él las necesidades del alma son de primordial importancia.

Sri Krishna reveló a Arjuna el secreto de cómo Janaka obtuvo la autorrealización y la salvación. Janaka actuó con desapego. Actuó en pro de la humanidad, habiendo sido inundado con la luz y la sabiduría de lo Divino. Este es, ciertamente, el camino del noble. Krishna quería que Arjuna hollara este camino para que el mundo le siguiera. Quizás Arjuna no estaba completamente convencido. Con el fin de convencerlo totalmente y sin reservas, Krishna se puso Él mismo como ejemplo: «Nada tengo que hacer en los tres mundos, ni existe nada digno de alcanzar que no haya alcanzado; sin embargo trabajo perpetuamente, siempre está mi existencia en acción. Si no trabajase, los mundos perecerían».

Sri Krishna deseaba que Arjuna se liberara de los grilletes de la ignorancia. La única manera en que Arjuna podría hacerlo era actuando sin apego. Sri Krishna le reveló el supremo secreto: «Dedícame toda acción con la mente fija en Mí, el Ser que habita en todo».

Todos los seres tienen que seguir el mandato de su naturaleza. No hay escapatoria, ni puede haberla. ¿Qué puede hacer la restricción? El deber del hombre es la inigualable bendición del Cielo. Debemos saber cuál es nuestro deber. Una vez conocido el deber, ha de cumplirse hasta el final.

> «Dormí y soñé que la vida era Belleza;

> Desperté y encontré que la vida era Deber».

> — Ellen S. Hooper, Beauty and Duty

El deber de la vida, realizado con un flujo espontáneo de autofrecimiento a la humanidad bajo la expresa guía del ser interno, puede solo transformar la vida en belleza: la belleza Celestial del mundo interno y la belleza terrenal del mundo externo.

El deber de Arjuna era luchar, puesto que era un kshatriya, un guerrero. No era una lucha por el poder, sino por el establecimiento de la verdad sobre la falsedad. Las muy alentadoras e inspiradoras palabras de Sri Krishna, con relación al deber individual, reclaman toda nuestra admiración: «Es siempre mejor el deber propio, por humilde que sea, que el deber ajeno, no importa cuán tentador. Incluso la muerte aporta bendición cuando uno cumple con su propio deber; condenado al riesgo estará si realiza el deber asignado a otro».

Arjuna tiene ahora otra pregunta, bastante pertinente, y es la última de este capítulo. «¿Impulsado por qué, oh Krishna, comete un hombre pecado a pesar suyo?». «Kama, krodha», responde Krishna, «el deseo y la ira. Estos son los hostiles enemigos del hombre».

El deseo es insaciable. Una vez nacido, no sabe cómo morir. La experiencia del rey Yayati con el deseo puede arrojarnos bastante luz. Citemos su experiencia sublime. El rey Yayati era uno de los ilustres antepasados de los Pandavas. Desconocía totalmente la derrota. Era muy versado en los Shastras (escrituras). Su amor hacia los súbditos de su reino era inmenso. Intensa su devoción a Dios. Sin embargo, su destino fue cruel. Su suegro, Sukracharya, el preceptor de los asuras (demonios), pronunció una maldición fatal sobre él y fue obligado a casarse con Sharmistha, además de con la hija de Sukracharya, Devayani. Sukracharya maldijo a Yayati con una vejez prematura, y la maldición tuvo un efecto inmediato. El orgullo inimitable de la hombría de Yayati fue cruelmente azotado por la vejez. En vano el rey suplicó perdón. Sin embargo, Sukracharya se calmó un poco. «Rey» —dijo— «voy a reducir la fuerza de mi maldición. Si algún ser humano accede a intercambiar la belleza y la gloria de su juventud contigo, con el deplorable estado de tu cuerpo, recuperarás el apogeo de tu juventud».

Yayati tenía cinco hijos. Imploró a sus hijos, los tentó con el trono de su reino, trató de persuadirlos de todas las maneras posibles, para que accedieran a un cambio de vida. Sus cuatro primeros hijos rehusaron suave y prudentemente. El más joven, el más devoto, Puru, aceptó con alegría la vejez de su padre. De inmediato, Yayati recuperó de nuevo la flor de su juventud. En poco tiempo, el deseo entró en su cuerpo y le ordenó que disfrutase de la vida hasta la última gota. Se enamoró desesperadamente de una apsara (ninfa) y pasó muchos años junto a ella. ¡Ay!, su deseo insaciable no podía ser calmado por sus excesos. Nunca. Al fin, realizó la Verdad. Afectuosamente le dijo a su más querido hijo Puru, «Hijo, oh hijo mío, imposible de saciar es el deseo sensual. Nunca puede ser apagado por la gratificación, igual que no puede apagarse un fuego vertiendo ghee (mantequilla clarificada) sobre él. Te devuelvo tu juventud. Te entrego mi reino como te prometí. Gobierna el reino devota y sabiamente». Yayati entró de nuevo en su vejez. Puru recobró su juventud y gobernó el reino. Yayati pasó el resto de su vida en el bosque practicando austeridades. Cuando llegó su hora, Yayati exhaló allí su último suspiro. El ave del alma regresó volando a su morada de Gozo.

Podemos citar la acertada observación de Bernard Shaw acerca del deseo, para mayor gloria de esta experiencia de Yayati:

> «Hay dos tragedias en la vida. Una es no obtener lo que desea tu corazón. La otra es obtenerlo». — Hombre y superhombre.

El papel del deseo ha terminado. Saltemos ahora a la furia de la ira. El deseo insatisfecho engendra la ira. La ira es como un elefante loco en el hombre. Para nuestra gran sorpresa, la mayoría de los célebres sabios indios de la antigüedad encontraron casi imposible controlar la ira. Solían maldecir a los seres humanos a su antojo, a veces sin ton ni son. El sabio Durvasa del Mahabharata encabezó la lista de los sabios consumidos exitosamente por la ira. Él era, a la vez, la austeridad y la ira personificadas.

Al satisfacer el deseo, la vida se convierte en un lecho de espinas. Al conquistar el deseo, la vida se convierte en un lecho de rosas. Al transformar el deseo en aspiración, la vida vuela hasta la más alta liberación, la vida comulga con la salvación suprema.

From:Sri Chinmoy,Comentario del Bhagavad Gita: el Canto del Alma trascendental, Rudolf Steiner Publications, Blauvelt, New York, 1971
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