Sólo confío en la Promesa de Dios; no confío en la valoración que hago de mí mismo. Cuando pienso en mí, veo frustración dentro y fuera. Ante mí, el temor y la envidia, la inseguridad y la duda, la desobediencia y la arrogancia, recrean un juego no-divino. Ese juego se llama ingratitud. Si confío en la valoración que ellos hacen de mi vida, si confío en ellos, si los considero mis confidentes, si los considero verdaderos miembros de mi familia, estoy totalmente hundido. Por ello, sólo confío en la Promesa de Dios: que Él me enseñará a nadar a través del mar de la ignorancia.
La Promesa que mi Señor me ha hecho es clara, vívida, iluminadora y colmadora. Me ha dicho que estoy destinado a devenir en un perfecto instrumento Suyo. Me ha dicho que estoy destinado a nadar en el mar de la Luz y el Deleite, y finalmente enseñar a otros –a mis hermanos y hermanas más jóvenes– a nadar en el mar de la Luz y el Deleite.
No confío en mi altura física, en las alturas de mis logros materiales o terrenales; son engañosas. Veo claramente que soy alto pero, ¿comparado con quién? Sólo cuando estoy ante los niños. Cuando un gigante se pone ante mí, me convierto en una hormiga diminuta comparado con la altura del gigante. Mi altura terrenal es tal que no me satisface de manera permanente. Cuando estoy con los niños, mi altura me satisface porque soy mucho más alto que ellos. Pero cuando estoy con gigantes, mi altura es insignificante.
Puedo ensalzarme y ponerme por las nubes por mis hazañas externas y sentir que he hecho algo grande y sublime. Pero cuando miro alrededor, veo que justo delante de mí hay alguien que me ha superado con creces en ese terreno. Por lo tanto, si confío en mis logros para que me den fuerza, seguridad, confianza y certeza, voy a estar mal encaminado y mal aconsejado. Pero cuando pienso en la Altura de mi Señor en mí, cuando intento verla y sentirla, no sólo veo que Él tiene la Altura más elevada sino también la Altura que es siempre trascendente. En el plano físico puedo alcanzar una altura determinada, y luego mi crecimiento se termina. En el plano físico, en el plano material, todo logro tiene un límite. Pero en el plano interno, todo lo que Dios tiene y todo lo que Dios es, no sólo es inmensurable sino que además está siempre trascendiéndose. Aquí en el mundo externo, mi altura siempre tiene un límite, pero allá en el mundo interno, la Altura de mi Señor, los Logros de mi Señor, son todos ilimitados.
¿Cuál es la Promesa que el Señor me ha hecho? Su Promesa es que lo que Él tiene y lo que Él es, es para mí todo; Su Altura interna, Su verdadera Altura, Sus verdaderos Logros, son todos para mí. Esta es su Promesa. Por eso confío en Su Promesa y no en mis propios pequeños logros y capacidades. Mis propias pequeñas capacidades no me satisfacen. O incluso, si alguna de ellas me satisface momentáneamente, veo una tremenda debilidad en esa capacidad, puesto que siempre hay alguien infinitamente más dotado de ella que yo.
Confianza quiere decir satisfacción. Cuando confío en mí mismo, no puedo tener satisfacción total. Pero cuando confío en mi Señor Supremo, cuando confío en Su Promesa, es fácil. Él me hará igual a Él. Me convertirá en otro Dios, con la Infinitud, la Eternidad y la Inmortalidad a mi disposición constante. Él ve en mí el prototipo perfecto de Su propia Realidad. Su Promesa es hacer de mí otra Realidad exactamente igual a la Suya, para poder jugar conmigo, cantar conmigo y bailar conmigo a lo largo de la Eternidad.
Cuando promete convertirme en una imagen exacta de Su propia Realidad, eso no significa que no haya unidad inseparable. No, la unidad inseparable está ahí, pero el Uno se proyecta a Sí Mismo en dos para poder disfrutar del Juego Cósmico. A pesar de la unidad inseparable que existe en el mundo interno, la mente humana verá separación en el plano externo. Pero el corazón sentirá que el Uno se ha dividido en dos para saborear el Deleite cósmico. Cuando la unidad es dividida en dos mitades, cada mitad ofrece constante novedad a la otra, una novedad siempre iluminadora y siempre colmadora.
Por eso, confiaré únicamente en la Promesa de mi Señor, y no en lo que yo tengo y lo que yo soy. No puedo fiarme de mí, ya que no puedo fiarme de los miembros de mi familia interna: el cuerpo, el vital, la mente y el corazón. Me han engañado innumerables veces. Pero mi Señor nunca me ha engañado y yo nunca Le he engañado. Por eso, yo confío sólo en Él y Él confía en mí. No confío en los miembros de la familia de mi existencia terrenal; ni les permitiré que confíen en mí.
Mi realidad, mi seguridad, mi certeza, mi existencia misma, se basan en la confianza en mi Amado Supremo únicamente.
20:53
14 de julio, 1977Martin Van Buren High School
Hollis, Nueva YorkFrom:Sri Chinmoy,Aspiración-Everest. Vol.2, Agni Press, 1977
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