Capítulo VI: Autocontrol

No más indecisión! ¡No más temor! ¡No más confusión! El primer verso del sexto capítulo le dice a Arjuna que el sannyasi y el yogui son uno. «Quien realiza su deber sin expectativa del fruto de la acción, es un sannyasi (sankya yogi_) y un yogui (_karma yogi_) al mismo tiempo.» Abstención y dinamismo desinteresado son lo mismo. No hace falta decir que lo que une el \_sannyasa\_y el _yoga es la renuncia. Esta es la renuncia al deseo y la renuncia a la expectativa. La acción, la acción correcta, debe hacerse. La acción no es servidumbre. La acción es aspiración. La acción es realización. El Gita exige nuestra liberación de la inflexible servidumbre de la acción y no de la acción misma. La maligna servidumbre que es nuestra enemiga, se halla dentro de nosotros y no fuera. Así como nuestra divina amiga, la libertad. Parece que estamos a la merced de nuestra mente. Milton, en su Paraíso perdido, habla de la mente: «Ella puede hacer un infierno del Cielo, o un Cielo del infierno». Pero un verdadero devoto puede fácilmente trascender este lamentable destino. Su aspiración y su rechazo lo hacen uno con la Voluntad de Dios. Desde su alma canta:

«Si asciendo al Cielo, allí estás Tú;
allí también Tú, si hago mi lecho en el infierno».

En este capítulo, Sri Krishna ha empleado las palabras yoga y yogui al menos treinta veces. Aquí le dice a Arjuna para quién está destinado el yoga: «Arjuna, el Yoga no es ni para el epicúreo, ni para el que no come en absoluto, ni para el que duerme demasiado, ni para el que vela sin cesar».

La autoindulgencia y la automortificación son igualmente indignas. Para una persona autoindulgente, la Meta siempre se hallará a una gran distancia. Quien sigue la filosofía de Chárvaka vive en el mundo de la autocomplacencia, que no es otra cosa que frustración. Y esta frustración es la canción de la destrucción. El filósofo Chárvaka declara: «El dolor del infierno se encuentra en los problemas que surgen de los enemigos, las armas y las enfermedades; mientras que la liberación (moksha_) es la muerte, la cesación del soplo de vida». Muy al contrario, la liberación es el soplo de vida del alma humana. Y este soplo existía antes del nacimiento de la creación, existe ahora en la creación y también más allá de la creación. Hemos tratado de la autoindulgencia. Enfoquemos ahora la atención en la automortificación. El Buda experimentó la automortificación. ¿Y qué ocurrió? Llegó auténticamente a conocer la verdad de que la automortificación nunca le daría lo que quería: la iluminación. Por lo cual adoptó alegremente el Camino del Medio, el medio dorado. No aceptó la inanición ni la indulgencia. Con esta sabiduría inigualable, el Buda alcanzó su Meta. La admirable sinceridad de Arjuna no solo habla en su nombre, sino también en el nuestro. Yoga es ecuanimidad. ¿Cómo puede ser controlada la mente intranquila de un ser humano? La mente es vacilante, ingobernable como el viento. Krishna se identifica con el estado de desarrollo del pobre Arjuna. El consuelo mismo de Krishna es otro nombre de iluminación. «¡Oh Arjuna, la mente es inestable, ciertamente! Frenar la mente no es fácil. Pero la mente puede ser controlada mediante la práctica constante y la renuncia». ¿Qué hay que practicar? La meditación. ¿A qué hay que renunciar? A la ignorancia. La firme convicción de Krishna: «El _Yoga puede alcanzarse mediante la práctica», transforma nuestro sueño dorado en la Realidad que todo lo colma.

La práctica es paciencia. No existe atajo. «La paciencia es la virtud de un asno», según los sabihondos. El impaciente caballo o el hambriento tigre que habita en nosotros saltará al instante ante este grandioso descubrimiento. Pero la paz reveladora y el poder colmador harán sentir al aspirante de modo claro y convincente que la paciencia es la luz de la Verdad. La luz de la Verdad es ciertamente la Meta.

Una gran figura espiritual india, al preguntarle sus discípulos cuántos años de práctica extenuante necesitó para su plena Realización, rompió en carcajadas.

«¡Práctica! Hijos míos, lo que llamáis práctica no es otra cosa que vuestro esfuerzo personal. Cuando me hallaba en vuestra etapa actual, sin realizarme, creía y sentía que mi esfuerzo personal constituía el noventa y nueve por ciento, y la Gracia de Dios el uno por ciento, no más que eso. Pero mi total estupidez murió en el momento en que la autorrealización nació en mí. Entonces, para mi asombro, vi, sentí y comprendí que la Gracia de mi compasivo Señor era el noventa y nueve por ciento, y mi endeble esfuerzo personal era el uno por ciento. Y no termina aquí mi relato, hijos míos. Finalmente, descubrí que ese uno por ciento mío era, también, el absoluto y compasivo Interés de mi Supremo Padre por mí. Hijos míos, vosotros sentís que la realización de Dios es una esforzada carrera. No es cierto. La realización de Dios es siempre una Gracia descendente».

Lo que realmente necesitamos es paciencia. Cuando la impaciencia nos invade, podemos, sin embargo, cantar con el poeta:

«Vos, tan lejos, y tanteamos asirte.»

Pero cuando nuestra conciencia se halla cargada de paciencia, podemos cantar al unísono con el mismo poeta:

«Vos, tan cerca, y no podemos abrazarte.»

No es poco usual ver que, a veces, incluso un buscador fervoroso fracasa en el camino espiritual. A pesar de haber tenido fe y devoción en gran medida, fracasa en completar su viaje. Este asunto atormenta el corazón de Arjuna. Le dice a Krishna: «Aunque dotado de fe, un hombre que no ha podido dominar su pasión y cuya mente anda errante lejos del Yoga (en el momento de morir), y fracasa en alcanzar la perfección, es decir, la realización de Dios, ¿con qué destino se encuentra? ¿No le espera la destrucción, como a una nube rasgada? Es despojado tanto de la realización de Dios como del placer del mundo. Su destino lo ha engañado en la senda del Yoga. No tiene ningún sitio adonde ir, ningún fundamento».

Desgraciadamente, el mundo interno no lo acepta, el mundo externo lo rechaza y lo condena. Está perdido, completamente perdido. Si triunfa, ambos mundos lo abrazarán y adorarán. Si fracasa, se convierte en objeto de ridículo despiadado.

Antes de que Sri Krishna ilumine la mente de Arjuna, traigamos a Einstein a escena. El inmortal científico declara:

"«Si mi teoría sobre la relatividad resulta correcta, Alemania me reivindicará como alemán y Francia declarará que soy un ciudadano del mundo. De resultar falsa mi teoría, Francia dirá que soy alemán y Alemania declarará que soy judío.»"

Volviendo al Maestro y al discípulo, el Maestro ilumina la mente de su discípulo con los rayos de consuelo, esperanza, inspiración y aspiración.

«Oh Arjuna, no hay caída para él, ni en este mundo, ni en el mundo del más allá. No existe fatal y adverso destino para quien hace el bien y se esfuerza por la autorrealización».

El Maestro dice además que, quien se aparta del camino del Yoga en esta vida, entra en su próxima vida en una casa bendecida y santificada, para así continuar su viaje espiritual.

Cada encarnación humana no es más que un corto lapso y nunca puede determinar el final del eterno viaje del alma. Nadie puede alcanzar la perfección en una vida. Cada uno precisa pasar por cientos y miles de encarnaciones hasta lograr la perfección espiritual.

Un devoto permanece siempre en el respirar de su dulce Señor. Para él, no hay verdadera caída, no hay destrucción, no hay muerte. Su aparente fracaso, y sus causas, no pueden ser más que la historia superficial. Su verdadera historia se hallará en su siempre alegre persistencia, en su victoria final sobre la ignorancia, en su unidad absoluta con el Supremo. Recordemos la significativa afirmación hecha por Jesús:

"«Marta, Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»."

Marta le dijo a Jesús: «Sí, Señor, lo creo».

De la misma manera podemos, con Arjuna, decirle con toda sinceridad y devoción al Señor Krishna: «Oh Krishna, eterno Piloto de la barca de nuestra vida, creemos en Ti». Y podemos ir un paso adelante: «Krishna, Tú eres nuestro viaje eterno. Tú eres nuestra Meta trascendental».

Sri Chinmoy, Comentario del Bhagavad Gita: el Canto del Alma trascendental, Rudolf Steiner Publications, Blauvelt, New York, 1971