La muerte

Quien vive la vida interior sabe que la muerte es, verdaderamente, su sala de retiro. Para él, la muerte es todo menos extinción. Es una partida significativa. Cuando nuestra conciencia es transformada divinamente, la necesidad de la muerte no se plantea en absoluto. Para transformar la vida necesitamos Paz, Luz, Dicha y Poder. Nosotros imploramos estas cualidades divinas y ellas imploran nuestra aspiración. Están igualmente ansiando concedernos la vida imperecedera. Pero hasta que nuestro cuerpo, vital, mente, corazón y alma aspiren juntos, el Poder, la Luz, la Dicha y la Paz divina no pueden poseernos.

El cuerpo muere, pero no el alma. El cuerpo duerme, el alma vuela. Recordemos las conmovedoras palabras, en este capítulo del Gita, sobre la muerte y el alma: «Igual que el hombre cambia su ropa vieja por otra nueva, así la residente en el cuerpo, el alma, abandonando los cuerpos gastados, entra en cuerpos nuevos. El alma migra de cuerpo en cuerpo. Las armas no pueden traspasarla, ni el fuego consumirla, ni el agua mojarla, ni el viento secarla». Esto es el alma y esto es lo que significa la existencia del alma.

Ahora será prudente que analicemos la existencia de la muerte, si es que la hay, en las importantes palabras de Sri Aurobindo, el fundador del Yoga Integral. «La muerte», exclama, «no tiene una existencia propia separada; es solamente el resultado del principio de deterioro del cuerpo, y este principio se encuentra ya ahí; es parte de la naturaleza física. Al mismo tiempo, no es inevitable; si se pudiera tener la conciencia y la fuerza necesarias, el deterioro y la muerte no serían inevitables».

Lo que llamamos muerte no es más que ignorancia. Solo podemos resolver el problema de la muerte, cuando sabemos lo que es la vida. La vida es eterna. Existía antes del nacimiento y existirá después de la muerte. La vida existe también entre el nacimiento y la muerte. Está más allá del nacimiento y de la muerte. La vida es infinita. La vida es inmortal. Un buscador de la Verdad Infinita no puede aceptar la declaración de Schopenhauer: «Desear la inmortalidad es desear la perpetuación eterna de un gran error». No hay la más mínima duda de que el incesante buscador en el hombre es la vida de Inmortalidad, pues su propia existencia indica la Visión del Supremo, que ilumina el universo, y la Realidad del Supremo, que colma la creación.

Arjuna, el discípulo, aprendió además: «Haz tu deber. No vaciles. No desmayes. Eres un kshatriya. No puede haber invitación más atractiva para un kshatriya que una guerra justa».

El deber de un kshatriya (guerrero) no puede ser nunca el deber de un asceta. Tampoco un asceta debe desempeñar el deber de un kshatriya. Además, un kshatriya no debe seguir el camino del que renuncia al mundo. La imitación no es para a un buscador. «La imitación es suicidio», aprendemos de Emerson.

El deber de un guerrero es luchar, luchar por el establecimiento de la Verdad. «En su victoria, la tierra entera se vuelve suya; a su muerte, le dan la bienvenida las puertas del paraíso».

Sri Krishna expuso a Arjuna el camino de sankhya (conocimiento): «Arjuna, considera victoria y derrota, alegría y pesar, ganancia y pérdida como una misma cosa. No te preocupes por ellas. ¡Lucha! Luchando así no incurrirás en pecado alguno».

El Maestro reveló el camino del conocimiento (sankhya_). A continuación, deseaba enseñarle al discípulo el camino de la acción (_karma yoga_). Arjuna sorprendentemente aprendió que este camino, el camino de la acción, el segundo camino, era fructífero y le proporcionaría también la liberación. La verdad sublime es: «La acción es tu derecho de nacimiento, no así el resultado, no los frutos de la acción. No dejes que los frutos de la acción sean tu objetivo, ni tampoco te apegues a la inacción. Sé activo y dinámico, no busques recompensa alguna». Simultáneamente, podemos encender la llama de nuestra conciencia con la sabiduría del _Isha Upanishad: «La acción no se adhiere a un hombre».

Ya hemos usado el término yoga. ¿Qué es yoga? «Ecuanimidad, —dice Sri Krishna— es yoga».​ Dice, además: «Yoga es la diestra sabiduría en acción».

El progreso interno de Arjuna es sorprendente. En ese instante, siente la necesidad de liberarse de la vida de deseos. Sri Krishna le enseña cómo puede desprenderse totalmente de la esclavizadora vida de los sentidos, —como una tortuga que logra exitosamente replegar sus miembros extendidos en todas direcciones—. Retirarse de los sentidos, o retirarse de los objetos de los sentidos, no indica en modo alguno el final del viaje del hombre. «El mero retiro no puede poner fin al nacimiento del deseo. El deseo desaparece solamente cuando aparece el Supremo. En Su Presencia, la vida de deseos pierde su existencia, no antes».

Este segundo capítulo arroja considerable luz sobre el sankhya (conocimiento) y el karma yoga (acción). Sankhya y yoga nunca se oponen. El uno es conocimiento meditativo y desapegado, y el otro es acción dedicada y desinteresada. Ambos tienen el mismo objetivo. Tan solo siguen dos caminos diferentes para llegar al objetivo.

Volviendo a la vida de los sentidos. La vida de los sentidos no debe suspenderse, sino vivirse en el Divino y para el Divino. Lo que es imperativo es un retiro interno y no externo. Lo animal en el hombre tiene que entregarse a lo Divino en el hombre para su transformación total. La vida de placer animal tiene que disolver su aliento vital y ardiente en la vida plena de la Dicha divina.

El Katha Upanishad muestra los peldaños de la Escalera en continuo ascenso:

«Por encima de los sentidos están los objetos de los sentidos;
Por encima de los objetos de los sentidos está la mente;
Por encima de la mente está el intelecto;
Por encima del intelecto está el Ser;
Por encima del Ser está lo No-manifestado;
Por encima de lo No-manifestado está el Supremo personificado;
Por encima de todo está el Supremo, la Meta Última».

Hemos visto lo que sucede cuando ascendemos. Observemos lo que sucede cuando nos recreamos en los objetos de los sentidos. El Gita dice: «Obsesionarse con los objetos de los sentidos engendra el apego, el apego engendra el deseo. El deseo (insatisfecho) engendra la ira. De la ira, brota el delirio; del delirio, la confusión de la memoria. En la confusión de la memoria, se pierde la sabiduría razonadora. Cuando desaparece la sabiduría, impera la destrucción en todas partes: dentro, fuera, abajo, arriba».

Ha terminado la danza destructiva. Anhelemos la salvación. Solo el aspirante disciplinado, en pleno dominio de sí mismo, será bendecido con una plétora de paz. Finalmente, la Salvación, la Iluminación interna abrazará al aspirante.

Sri Chinmoy, Comentario del Bhagavad Gita: el Canto del Alma trascendental, Rudolf Steiner Publications, Blauvelt, New York, 1971