He oído decir que el hecho de ver las lágrimas de los parientes y amigos produce una gran alegría al alma cuando está partiendo de esta vida. ¿Es cierto?
Sri Chinmoy: En general, hay tres clases de almas humanas: primero, las que podemos llamar más corrientes, no iluminadas; luego, las almas buenas pero corrientes; por último, las grandes almas extraordinarias. Cuando una persona corriente muere, mira a su alrededor para ver si sus seres queridos lloran por ella. Si ve que nadie se lamenta, se desanima terriblemente y se dice: «Toda mi vida les he ayudado de diferentes maneras. ¡Y ahora mira qué ingratitud!» Estas almas corrientes se encuentran tan apegadas a sus amigos queridos y al mundo que se sienten descorazonadas si en ese último momento estos no reconocen su amor y sacrificio anteriores. Hay, incluso, algunas almas no iluminadas que adoptan una actitud malvada hacia los parientes que no lloran por ellas y, tras abandonar el cuerpo, vuelven bajo una forma desencarnada para asustarlos. Si hay niños en la familia, el difunto puede asumir la más fea de las formas y aparecer ante ellos para atemorizarlos.La segunda clase de personas ha sido amable, dulce y extremadamente servicial con los miembros de su familia; y cuando está a punto de morir, siente que debería existir un lazo de afecto y apego que dure para siempre. Este tipo de persona no quiere abandonar la escena terrestre. Siente que sólo el apego puede mantener la conexión entre este mundo y el otro; por eso intenta atraer el mayor afecto, simpatía e interés por parte de sus seres cercanos y queridos. Si ve que éstos no expresan ninguna simpatía o pena por su pérdida, o no lloran amargamente por ella, experimenta una terrible angustia en su existencia interior. Siente: «Estoy tratando de establecer un vínculo permanente, pero no obtengo ninguna ayuda o cooperación por parte de los miembros de mi familia». Sin embargo, no es el denominado amor humano, no es el apego humano, lo que podrá crear un lazo divino eterno entre el alma que ha partido y las almas en el reino de los vivos. El amor que enlaza a los seres humanos es parecido a una cuerda de arena; nunca puede durar. Sólo el amor divino puede trascender todas las barreras.
Entonces, llegamos a las grandes almas, es decir, a los Maestros espirituales. Cuando un Maestro abandona su cuerpo y ve que sus discípulos lloran amargamente su pérdida, se siente afligido porque sus discípulos no lo reconocen plenamente como un verdadero Maestro espiritual. Una persona espiritual, una que ha realizado a Dios, vive en todos los planos; su conciencia penetra todos los mundos. Si sus discípulos lloran amargamente por él, sintiendo que ya no lo verán más, están poniendo a su Maestro en la misma categoría que la gente ordinaria. Es como un insulto. El Maestro sabe que aparecerá ante los discípulos que le están rezando sinceramente, o que están meditando y aspirando sinceramente. Él sabe que estará siempre guiándolos, formándolos y moldeándolos. Sabe que podrá entrar en ellos y ellos podrán entrar en él. Por eso se siente muy triste si sus discípulos toman esta actitud: «Ahora el Maestro se ha ido y ya no le oiremos nunca. Nuestras plegarias a él serán en vano; así que es inútil rezar. Vayamos a ver a otro Maestro o busquemos otros medios para progresar espiritualmente». Así pues, los Maestros espirituales se sienten afligidos cuando sus seres queridos lloran o vierten amargas lágrimas por ellos, mientras que a las personas ordinarias eso les proporciona alegría.
Sí, por un rato, los discípulos pueden sentirse tristes porque han perdido a su Maestro, porque ya no lo verán en la forma física. Pero esta tristeza no debe durar, porque la alegría, el amor intenso y la solicitud todo abarcadora del alma ha de entrar en los discípulos que han aceptado sinceramente al Maestro como el único Piloto de sus vidas.