El secreto de la paz interna

Universidad de Connecticut, Storrs, Connecticut
19 de abril de 1969

Queridas hermanas y hermanos, les mostraré cómo conseguir, aquí y ahora, la paz interna. Mi ayuda no es un consejo. Es verdad que todos somos desinteresados y liberales cuando se trata de dar consejo y, desafortunadamente, yo no soy una excepción. Sin embargo estoy totalmente de acuerdo con Chesterfield cuando dijo: «El consejo es raramente bienvenido, y a quienes más lo necesitan, es a quienes menos les gusta».

Este mundo nuestro tiene todo excepto una cosa: paz. Todo el mundo quiere y necesita paz, ya sea un niño o un octogenario. Pero la idea de la paz no es la misma para cada individuo. Difiere tristemente. La idea de paz para un niño es golpear un tambor. Golpear un tambor le proporciona alegría, y esa alegría es su paz. La idea de paz para un anciano es sentarse tranquilamente con los ojos y oídos cerrados de manera que pueda escapar del cariñoso abrazo del feo e inquieto mundo.

El General en Eisenhower habló sobre la paz: «Vamos a tener paz, aunque tengamos que pelear por ello.»

El indomable Napoleón exclamó: «En buen lío estamos ahora: la paz ha sido declarada.»

El Hijo de Dios nos enseñó: «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.»

Con toda seguridad, la paz no es el monopolio exclusivo del Cielo. Nuestra tierra es extremadamente fértil. Aquí en la tierra podemos cultivar la paz en medida inconmensurable.

He venido a hablar sobre la paz interna. Quisiera dirigir mi charla al buscador espiritual que hay en cada uno de ustedes. Un genuino buscador de la paz ha de ser un genuino buscador del amor. El amor tiene otro nombre: sacrificio. Cuando el sacrificio es puro, el amor es seguro. Cuando el amor es divino, no puede haber en el sacrificio ningún «mío», ningún «tuyo». El amor es el secreto de la unidad. El auto-amor es auto-indulgencia. La auto-indulgencia es auto-aniquilación. El amor a Dios es la mayor oportunidad del buscador para realizar a Dios.

Sacrificamos nuestro precioso tiempo para hacer dinero. Sacrificamos nuestro dinero tan duramente ganado para luchar contra el tiempo. A fin de obtener algo del mundo externo, tenemos que dar algo nuestro. De modo similar, en el mundo interno, ofrecemos nuestra aspiración a cambio de la realización de Dios. La llama de nuestra aspiración es prendida por Dios Mismo. El fruto de nuestra realización también lo obtenemos directamente de Dios. Dios es el Inspirador en nosotros. Dios es el Donador eterno. Dios es el Receptor eterno en nosotros. Dios emplea la aspiración para llevarnos hasta Él Mismo. Dios emplea la realización para traerse Él Mismo hasta nosotros. Dios es sacrificio cuando vivimos en el mundo de la aspiración. Dios es sacrificio cuando vivimos en el reino de la realización. Pero Dios dice que no hay tal cosa llamada sacrificio. Sólo hay una cosa aquí en la Tierra y allá en el Cielo, y esa cosa es la unidad—la plenitud en la unidad y la plenitud de la unidad.

Hay cuatro tipos de buscadores: lamentables, incapaces, prometedores y colmadores. Los lamentables y los incapaces han de ser pacientes; tienen que esperar a la Hora de Dios. Los prometedores y los colmadores ya están cantando y bailando en la Hora de Dios. Están constantemente meditando en Dios. Esa es su vida interna de realización. Están espontánea y fervorosamente actuando para Dios. Esa es su vida externa de revelación.

Nuestra mente inquisitiva y dubitativa está siempre carente de paz. Nuestro corazón amante y dedicado está siempre inundado de paz interna. Si nuestra mente tiene todas las preguntas, nuestro corazón tiene todas las respuestas. Las respuestas son perfectas precisamente porque vienen directas del alma, la cual ve la Verdad y vive en la Verdad. Y la Verdad, sólo la Verdad, es la Meta de las metas.

Si quieres tener paz interna, debes seguir el sendero de la espiritualidad. La espiritualidad es la respuesta. Hay tres edades del hombre: la sub-edad, la sobre-edad y la media-edad. Para la sub-edad, la espiritualidad es abracadabra. Para la sobre-edad la espiritualidad es algo árido, incierto y oscuro. Y para la media-edad la espiritualidad es olvido, negación y aniquilación de uno mismo.

Pero un verdadero buscador dirá que la espiritualidad es normal, natural, espontánea, fértil, clara, luminosa, divinamente consciente, afirmativa y creativa de sí misma. Si tienes un maestro espiritual que te ayude y te guíe, tienes mucha suerte. Escúchalo siempre, hasta que exhales tu último aliento. Si dejas de seguir su consejo, la pérdida será tuya, no de él. Incluso en la vida humana ordinaria uno necesita un maestro, un mentor. Hay una verdad considerable en lo que Winston Churchill dijo una vez: «En aquellos días él era más sabio que ahora — él solía, frecuentemente, seguir mi consejo.»

Ahora estamos en Connecticut. El lema de Connecticut es sumamente significativo. Mi corazón de devoción y mi alma de amor están cantando el lema sin igual de Connecticut: Qui transtulit sustinet — «Quien trasplantó sustenta.» Dios trasplantó la Verdad a la Tierra, y Él sustenta la Verdad con el Amor. En la combinación de las dos cosas yace el secreto de la paz interna.