Mi aceptación y la aceptación de Dios

¡Fuera mi mente recelosa y vacilante! Mi implícita aceptación de Dios podrá hacerse cargo invariablemente de las abundantes necesidades de mi alma aspirante.

A Él he aceptado, a mi Dios, el Señor Supremo. Mi mundo nunca más puede caer. La tortura de mi viejo miedo de siglos está siendo ahora transformada en el embeleso de mi corazón. ¿Cómo? Precisamente en virtud de mi purísima aceptación de Dios.

Fui feliz porque Él implantó en mí Su Mensaje de Esperanza. Soy aún más feliz porque Él está moldeándome en Su propia Imagen. Seré la persona más feliz porque Él despertará en mí Su Eternidad, revelará a través de mí Su Infinitud y me colmará con Su Inmortalidad.

Perfecto no soy, ni mucho menos. Cometo monumentales desatinos día tras día. Pero mi dulce Señor no es severo ni implacable. Él no es una Justicia inflexible. Él es siempre todo Compasión.

Dios me ha aceptado. Y aún más. Ha asumido mi naturaleza humana para poder ser plenamente consciente de mis carencias y necesidades. Él está librándome del mundo estropeado por la ignorancia. Él está librándome de la vida eclipsada por la sombra de la muerte cruel.

Mi tierra está vinculada con Su Cielo por medio de mi entrega amorosa y Su Interés incondicional. Mediante mi esfuerzo personal, nunca puedo mejorarme a mí mismo; es como intentar enderezar la cola de un perro para siempre. He acudido a Dios tal y como soy. Sé que lo que no venza yo conscientemente, me vencerá despiadadamente. Pero mi Señor, por Su infinita Generosidad, dice que Él lo vencerá, la más salvaje ignorancia, en mí y por mí.

En mi aceptación de Dios tengo que abandonar todo lo que me separaría de Él. En Su aceptación de mí, Él me ha dado un mundo nuevo y Su Aliento entero.

Sri Chinmoy, Cantos del alma, Herder and Herder, 1971