El poder de la pureza

La pureza es la luz de nuestra alma que está expresando su divinidad a través del cuerpo, el vital y la mente. Cuando somos puros lo ganamos todo; si podemos retener nuestra pureza, nunca perderemos nada que valga la pena conservar. Puede ser que hoy tengamos grandes pensamientos o gran poder interno, pero mañana estamos destinados a perderlos si no somos puros. La pureza es el Hálito del Supremo. Cuando la pureza nos abandona, el Hálito del Supremo nos abandona también, y somos dejados con nuestro hálito humano únicamente.

Pureza significa seguir los dictados de nuestro Piloto Interno sin permitir que las fuerzas no-divinas entren en nosotros. Dondequiera que haya ausencia de pureza, hay oscuridad, que es la antesala de la muerte. Lo que hoy llamamos oscuridad, mañana es muerte para nosotros. Si no hay pureza, no hay certeza. Si no hay pureza, no hay espontaneidad. Si no hay pureza, no hay el constante fluir de la divinidad dentro de nosotros.

La pureza es como un imán divino; atrae todas las cualidades divinas hacia nosotros. Cuando tenemos pureza, el mundo se llena de orgullo en nosotros. Si la Madre Tierra alberga una sola alma pura, su alegría no conoce límites; «por fin, he aquí un alma en la que puedo confiar» —dice.

Una vez que se ha establecido la pureza, especialmente en el vital, hemos logrado mucho en nuestra vida interna y en nuestra vida externa. En la pureza humana reside la más alta Divinidad de Dios. La pureza del hombre es el Hálito de Dios. La pureza es un tremendo poder. Podemos lograr cualquier cosa con la pureza, pero si la perdemos, por más que tengamos poder, riqueza o influencia, podemos caer fácilmente, nos derrumbaremos.

Todos los aspirantes espirituales, sin excepción, han visto y sentido la necesidad de la pureza. Hoy, ellos escalan el Monte Everest interior en virtud de su altísima pureza, pero mañana caen en el más bajo de los abismos. Perdida la pureza, se pierde todo; se pierde a Dios Mismo. Ganada la pureza, se gana el mundo; se gana el universo entero.