Renuncia

Desde el punto de vista estrictamente espiritual, la llamada renuncia terrenal no es necesaria para un aspirante. Si la renuncia significa dejar de lado a la propia familia, si la renuncia significa no ocuparse de la sociedad o de la humanidad, entonces quisiera decir que no importa a lo que hayamos renunciado hoy, mañana habrá algo más que se interpondrá en nuestro camino. Hoy, la familia es el obstáculo; mañana lo serán nuestros amigos; pasado mañana será nuestro país y después será el mundo. No hay final para esta clase de renuncia.

Ciertamente, en la vida espiritual tenemos que renunciar. ¿A qué vamos a renunciar? Vamos a renunciar el miedo, a la duda, a la imperfección, a la ignorancia y a la muerte. No vamos a renunciar a los individuos; vamos a renunciar a las cualidades que se interponen en el camino de nuestra unión con el Divino. Cuando entramos en la vida espiritual, obtenemos la oportunidad de renunciar, o mejor dicho, de transformar estas cualidades. Cuando hablamos de renunciar a algo o de transformar algo, pensamos inmediatamente en la ignorancia; verdaderamente, esta es la única cosa que tenemos que transformar en nuestra vida espiritual.

Si alguien dice que va a renunciar al mundo con el fin de realizar a Dios, quisiera decirle que se equivoca. Hoy renunciará al mundo y mañana encontrará que el Dios que busca no está en ningún otro sitio; Él está en el mundo mismo. Así pues, ¿qué le está impidiendo ver a Dios en el mundo? Es su actitud. Para ver a Dios en la humanidad, tiene que retirar el velo de ignorancia que yace entre él y el resto del mundo; cuando el velo es rasgado, cuando el velo es, de hecho, retirado, no hay nada a lo que renunciar. Uno ve a Dios, uno siente a Dios, uno está en Dios, aquí y más allá.