7.2 - Servicio

Trabajo y servicio

¿Por qué trabajamos? Trabajamos para mantenernos, para mantener a nuestros seres queridos. Quizá trabajemos también para mantener nuestros cuerpos en perfecta condición. Pero un aspirante genuino considera el trabajo de un modo diferente. Él ve el trabajo como una verdadera bendición. Para él, cada trabajo difícil y aparentemente penoso es una bendición disfrazada. Para él, el trabajo no es otra cosa que un servicio dedicado; ha descubierto la verdad de que al ofrecer los resultados de lo que dice, hace y piensa, será capaz de realizar a Dios. Trabaja por el bien de Dios; vive por el bien de Dios; realiza la Divinidad por el bien de Dios.

El destino es nuestro edificio. Tuvimos la fuerza para construirlo, tenemos la fuerza para demolerlo. La cuestión de si demolemos el edificio o si construimos uno nuevo o si transformamos el actual, es de capital importancia. Pero para hacer cualquiera de las tres cosas tendremos que trabajar física, vital, mental, psíquica y espiritualmente. Dios no nos ha concedido tan amablemente el cuerpo, el vital, la mente, el corazón y el alma sin un propósito.

Cada ser humano debe encontrar su propio trabajo, el trabajo que le ayude a crecer en su alma. Nada puede ser más alentador, inspirador y colmador que descubrir el propio y verdadero trabajo interior, que es el trabajo de la autorrealización. Carlyle abordó una profunda verdad cuando dijo: «Bendito aquel que ha encontrado su trabajo; no necesita pedir ninguna otra bienaventuranza».

Cada alma es un instrumento escogido de Dios. Cada alma tiene una misión particular aquí en la tierra; cada persona tiene que realizarse y colmarse, no a su propia manera, sino a la manera de Dios. Dios, por Su infinito Amor, y en virtud de Su autoimpuesto Deber divino, le da a cada aspirante lo que necesita. Al mismo tiempo, Dios no espera ni un ápice más de lo que el aspirante pueda ofrecer. Fue una gran voz humana la que dijo: «De cada uno según sus habilidades, a cada uno según sus necesidades».

Hay una queja común expresada por todos los seres humanos, sin distinción de edad, casta o credo. ¿Cual es esa queja? «No tengo tiempo». Con un suspiro poético le dicen al mundo: «Mucho hay por hacer, muy poco se ha hecho». Aquí, el tiempo está actuando como nuestro peor enemigo. El tiempo es capaz de causar preocupación, temor y frustración en nosotros porque estamos trabajando a través de nuestro ego y para el ego. Siempre hay una batalla constante entre la imprudente intensidad de nuestro ego y el flujo inescrutable y despiadado del tiempo.

Pero si trabajamos con nuestra alma y para el alma, el tiempo no solo nos ayuda, sino que en todo momento aparece ante nosotros como una oportunidad dorada: porque nuestra alma sabe sin duda cómo arrojarse en el ritmo cósmico del Tiempo infinito.

Es cierto que cada ser humano es un instrumento de Dios, escogido para hacer un trabajo en particular, para colmar una misión divina aquí en la tierra. Pero nadie debería creerse indispensable, ni siquiera en su sueño más disparatado. En cada trabajo distinto, Dios nos da una oportunidad sin igual de entrar en la Infinitud absoluta de Su Corazón. Si no nos valemos de esta constante oportunidad, Dios, el Padre compasivo no puede evitar decir: «Duerme, hijo mío, duerme. Eres el hijo de Mi eterna Paciencia. Yo quería que estuvieras en Mi Luz que lo transforma todo. Puesto que no lo quieres, tendré que estar Yo en tu ciega noche».