X - DE LA PERSONALIDAD HUMANA A LA INDIVIDUALIDAD DIVINA / 1 - El ego

El ego humano

El ego es precisamente eso que nos limita en todas las esferas de la vida. Somos los hijos de Dios; somos uno con Dios. Pero el ego nos hace sentir que no pertenecemos a Dios, que somos unos perfectos extraños para Él. En el mejor de los casos, nos hace sentir que estamos yendo hacia Dios, pero no que estamos en Dios. El ego humano ordinario nos da un sentimiento de identidad separada, de conciencia separada. Indudablemente, en cierta etapa del desarrollo de la persona, es necesario un sentido de individualidad y autoimportancia; pero el ego separa nuestra conciencia individual de la Conciencia universal. La función misma del ego es la separación. No puede sentir satisfacción en ver dos cosas simultáneamente al mismo nivel. Siempre siente que una debe ser superior a otra. Por tanto, el ego nos hace sentir que somos unos alfeñiques aislados, que nunca nos será posible ser o tener la Conciencia infinita. El ego, finalmente, es limitación. Esta limitación es ignorancia, y la ignorancia es muerte. Así pues, el ego, en última instancia, acaba en muerte. Existen muchos ladrones, pero el peor de todos, sin lugar a dudas, es nuestro ego. Este ladrón puede robarnos toda nuestra divinidad. No solo nuestras experiencias temen a este ego-ladrón, sino que incluso nuestra realización, nuestra realización parcial, tiene miedo de él. Tenemos que cuidarnos mucho del ego-ladrón. Nuestro ego humano quiere hacer algo importante, grande y magnífico, pero esta cosa excepcional no necesariamente es lo que Dios quiere que hagamos. Siempre es hermoso poder hacer grandes cosas, pero quizá Dios no nos ha elegido para hacer eso en particular. Tal vez Dios nos haya elegido para hacer algo insignificante en el mundo externo. A los Ojos de Dios, el mayor devoto es el que ejecuta el deber ordenado por Dios con toda su alma y devoción, por muy insignificante que pueda parecer. Cada ser humano es un hijo elegido de Dios. Asimismo, cada ser humano está destinado a desempeñar un papel significativo en el Juego divino de Dios. Solo cuando Dios ve que una persona en particular desempeña el papel que Él escogió para ella, estará colmado de Orgullo divino. Nuestro ego tratará de lograr y realizar grandes cosas, pero a los Ojos de Dios jamás podemos ser grandes mientras no hagamos lo que Dios quiere que hagamos. El ego humano ordinario siente que lo ha logrado todo y lo sabe todo. Esto me recuerda a una fábula que Swami Vivekananda contó en el Parlamento de las Religiones de Chicago en 1893. Se llama «La rana en el pozo». Sucedió que una rana nació y creció en un pozo. Un día, una rana del campo saltó dentro del pozo. La primera rana le preguntó: «¿De dónde vienes?». La segunda rana contestó: «Vengo del campo».

«¿Del campo? ¿Cómo es de grande?», dijo la primera rana.

«Oh, es enorme», dijo la segunda.

Entonces, la rana del pozo estiró más y más sus patas y dijo: «¿Así de grande?». «¡No, más grande! ¡Mucho más grande!», dijo la rana del campo.

La otra rana saltó de un lado al otro del pozo y dijo: «Así debe ser de grande la longitud del campo». La segunda rana dijo: «No, el campo es infinitamente más vasto».

«¡Eres una mentirosa!», dijo la primera rana. «Fuera de aquí».

Esto muestra la tendencia de nuestro ego humano. Los grandes Maestros espirituales y sabios hablan de la Infinitud, la Eternidad y la Inmortalidad. El principiante que está justo iniciando su vida espiritual preguntará de inmediato: «¿Es la Infinitud un poco más grande que el cielo?». El sabio dirá: «No, la Infinitud es infinitamente más grande que tu imaginación, más grande que tu concepción». Enseguida el sabio es criticado porque el ego nos hace sentir que lo que nosotros hemos realizado nunca puede ser superado por la realización y la experiencia de otros. Al ego no le gusta sentir que otro tiene más capacidad o que otro puede hacer algo que él no puede. En determinado momento, el ego nos hará sentir que no somos nada y en otro momento nos hará sentir que somos todo. Tenemos que ser muy cuidadosos tanto con nuestros sentimientos de importancia como con nuestros sentimientos de insignificancia. Tenemos que decir que, si Dios quiere que seamos nada, con mucho gusto seremos nada, y si Dios quiere que seamos todo, con mucho gusto seremos todo. Tenemos que entregarnos con alegría y sin condiciones a la Voluntad de Dios. Si Él quiere que seamos Sus iguales, lo seremos. Si quiere que seamos Sus esclavos, lo seremos. Si quiere que seamos sus genuinos representantes en la tierra, lo seremos. «Hágase Tu Voluntad»: esta es la mejor oración que podemos ofrecerLe a Dios. En las sinceras profundidades de esta plegaria está la transformación del ego.