2.4 - El corazón

Mi corazón

Oh corazón mío, estoy divinamente orgulloso de ti. ¡Tú no sufres la vergonzosa y descarada enfermedad de la preocupación! ¡Nunca bebes el mortal veneno de la duda! Nada puede ser más sencillo que tus puros anhelos. Nada puede ser más espontáneo que tus resplandecientes sentimientos. Nada puede ser más colmador que tu desinteresado amor. Nada tiene un acceso más inmediato al Supremo que tu hondísimo llanto.

Oh corazón mío, tu día celestial dentro de un día terrenal es para realizar a Dios. Tu minuto inmortalizador dentro de un minuto efímero es para encarnar a Dios. Tu segundo revelador dentro de un segundo evanescente es para manifestar a Dios.

Oh corazón mío, los otros miembros de la familia —el cuerpo, el vital y la mente—, están temerosos de Dios. ¡Tú, jamás! Su persistente temor sin luz es una persistente parálisis inerte. A lo largo del viaje de la vida, los otros eligen por sí mismos. Dios elige por ti. Ellos quieren salvar a la humanidad con la oscurísima noche de su ego. Tú deseas servir a la humanidad con el brillantísimo día de tu dedicación. Su victoria es la victoria sobre la humanidad. Tu victoria es la victoria sobre ti mismo.

Oh corazón mío, oh mi corazón, eres el barco de mi vida. Navegas los mares inexplorados de la ignorancia y alcanzas la ribera dorada del Más Allá.

Yo no estoy solo, oh corazón mío, estoy con tu aspiración que vuela alto. Tú no estás solo. En ti y para ti está el hálito sin reservas de mi vida.

Tuya es la Voluntad firme y la fe inagotable en el Supremo. Cada pétalo del radiante loto que hay en lo profundo de ti, está bañado perpetuamente por los rayos de néctar del Deleite Trascendental. Oh dulce, más dulce, dulcísimo corazón mío, no solo tú eres de Dios. Dios es también tuyo.