Solo quiero un estudiante: el corazón [un relato breve]

Hubo una vez un Maestro espiritual que tenía cientos de seguidores y discípulos. A menudo el Maestro daba conferencias en diferentes lugares —iglesias, sinagogas, templos, escuela y universidades—. Ofrecía charlas en todas partes a donde era invitado y en todo lugar a donde sus discípulos hacían preparativos. Dio charlas para niños y adultos. Dio charlas para universitarios y amas de casa. Algunas veces, dio charlas ante letrados y buscadores avanzados. Así fue sucediendo durante veinte años. Finalmente, llego el momento en que el Maestro decidió terminar con sus conferencias. Anunció a sus discípulos: «¡Ya es suficiente! He estado haciendo esto durante muchos años. Ahora ya no daré más charlas. Únicamente silencio. Mantendré silencio».

Durante diez años aproximadamente, el Maestro no dio más charlas. Mantuvo silencio en su ashram. Mantuvo silencio en todas partes. Había respondido a miles de preguntas, pero ahora ni siquiera meditaba en público. Después de diez años, sus discípulos le rogaron que reanudará su práctica previa de ofrecer charlas, responder a preguntas y hacer meditaciones públicas. Todos intentaron convencerle y finalmente accedió.

En seguida los discípulos hicieron preparativos en muchos lugares. Pusieron anuncios en los periódicos y colocaron carteles por todas partes para anunciar que su Maestro iba otra vez a dar charlas y ofrecer elevadas meditaciones públicas. El Maestro acudía a los lugares con algunos de sus discípulos favoritos, que eran muy devotos y dedicados, y cientos de personas se reunían para escucharle y obtener respuestas a sus preguntas. Pero, para la gran sorpresa de todos, el Maestro no habló en absoluto; desde el principio hasta el fin de la reunión, durante dos horas, mantuvo silencio.

Algunos de los buscadores en la audiencia se sentían molestos y abandonaban pronto el lugar; otros se quedaban durante las dos horas con la esperanza de que quizá el Maestro hablaría al final, pero éste concluía las meditaciones sin decir nada. Algunas personas en la audiencia sentían alegría interna; otras se quedaban únicamente por temor a que, si se iban temprano, los demás pensaran que no eran espirituales y que no podían meditar bien. Así que que algunos se marchaban, algunos se quedaban a regañadientes, otros se quedaban para probarse ante los demás y unos pocos se quedaban con suma sinceridad, devoción y aspiración.

Así continuó sucediendo durante tres o cuatro años. Muchos criticaban al Maestro sin piedad y hacían pasar vergüenza a sus discípulos diciendo: «Su Maestro es un mentiroso. ¿Cómo justifican colocar un anuncio en el periódico, diciendo que el Maestro va a ofrecer una charla, responder preguntas y ofrecer meditaciones? Él simplemente medita y no aprendemos nada con eso. ¿Quién puede meditar durante dos o tres horas? Nos está engañando y se está engañando a sí mismo».

Algunos de los discípulos cercanos estaban muy perturbados. Se sentían desgraciados porque el Maestro estaba siendo insultado y criticado; le suplicaron una y otra vez que diera tan solo una breve charla y respondiera unas pocas preguntas al final de la meditación. El Maestro accedió finalmente.

En la siguiente función pública, el Maestro no se olvidó realmente de su promesa de hablar, pero cambió de idea. Continuó meditando, pero en vez de dos horas, esta vez prosiguió durante cuatro horas. Hasta sus discípulos cercanos estaban tristes. No podían enojarse con el Maestro, ya que eso es una seria falta kármica. Pero temían que alguien del público se levantase realmente e insultase al Maestro. Se prepararon mentalmente para protegerle en el caso de que aconteciese alguna calamidad.

Cuando pasaron las cuatro horas y no había señal alguna de que el Maestro fuese a hablar o a cerrar la reunión, uno de sus discípulos muy cercanos se levantó y dijo: «Maestro, por favor, no olvides tu promesa». El Maestro dijo inmediatamente: «Mi promesa. Sí, os he hecho la promesa de dar una charla, por tanto, ahora es mi deber ineludible. Hoy mi charla será muy breve. Deseo decir que he dado cientos, miles de charlas, pero ¿quién las escuchó? Miles de oídos y miles de ojos. Los oídos y los ojos del público fueron mis estudiantes —miles y miles de oídos y ojos—. Pero he fracasado en enseñarles algo. Ahora quiero tener un tipo de estudiante diferente. Mis nuevos estudiantes serán los corazones.

»He ofrecido mensajes en miles de lugares. Estos mensajes entraron por una oreja y salieron por la otra, todo ello a la mayor brevedad posible. La gente me vio dando charlas y respondiendo a preguntas; tan solo por un segundo efímero sus ojos vislumbraron algo en mí, y después eso se perdió totalmente. Mientras yo hablaba sobre la Verdad, la Paz, la Luz y la Dicha sublimes, los oídos no podían recibirlo porque ya estaban repletos de rumores, dudas, envidias, inseguridad e impureza que habían acumulado a lo largo de muchos años. Los oídos estaban totalmente contaminados y no recibieron mi mensaje. Y los ojos no recibieron mi Verdad, Paz, Luz y Dicha porque lo veían todo a su propia manera. Cuando los ojos humanos ven algo bello, en seguida comienzan a comparar. Dicen: "¿Cómo puede ser que él es hermoso, su discurso es hermoso, sus preguntas y respuestas son hermosas? ¿Cómo es que yo no puedo ser igual?". E inmediatamente aparece la envidia. El oído humano y el ojo humano responden ambos mediante la envidia. Si el oído oye algo bueno acerca de otra persona, inmediatamente aparece la envidia. Si el ojo ve a alguien que es bello, inmediatamente la persona se vuelve envidiosa.

»Los oídos y ojos han desempeñado su papel; han demostrado ser estudiantes no-divinos y yo no he podido enseñarles. Su progreso ha sido de lo más insatisfactorio. Ahora quiero nuevos estudiantes, y tengo nuevos estudiantes. Estos estudiantes son los corazones, en donde la unidad crecerá —la unidad con la verdad, la unidad con la luz, la unidad con la belleza interna, la unidad con lo que Dios tiene y lo que Dios es—. Es el estudiante-corazón quien posee la capacidad de identificarse con la sabiduría, la luz y la beatitud del Maestro. El corazón es el oyente verdadero; el corazón es el observador verdadero; el corazón es el estudiante verdadero que deviene uno con la luz, la visión y la realización del Maestro. A partir de ahora, el corazón será mi único estudiante».