Transformación
La transformación es como la casa que se convierte en hogar únicamente cuando en ella hay paz, alegría, armonía y amor. Antes, la casa está ahí, una amalgama de ladrillos, arena, madera y objetos materiales; pero esas cosas son inútiles e insignificantes a menos que haya paz, amor, alegría y unidad dentro de la casa. Cuando estas cualidades son tangibles, la casa se transforma en un hogar.La vida humana carece totalmente de significado a menos que haya amor en ella. Es una vida, es una creación de Dios, pero esta creación es vana a menos y hasta que el amor exista en ella. Sólo cuando el amor llena la vida, ésta es significativa y fructífera. Lo que necesitamos es transformar la casa en hogar. Lo que necesitamos es transformar la vida por medio del amor.
Consideramos a la mente humana como el logro más alto sobre la Tierra. Pero esta mente no tiene ningún provecho, a menos y hasta que la inmensidad se convierte en su otro nombre. La mente no tiene utilidad alguna a menos y hasta que sea transformada por la inmensidad. La mente humana ordinaria intenta siempre mantener su superioridad. Censura y sospecha de los demás. Únicamente obtiene placer cuando ejerce su individualidad. ¿Quién necesita esa mente? Pero cuando la inmensidad entra en la mente, ésta es iluminada y colmada.
No necesitamos a la creación como tal, porque es impotente, desesperanzada e inútil. Pero cuando vemos la Luz de Dios dentro de la creación, lo que vemos no es impotencia sino provecho, no es desesperanza sino esperanza, no es inutilidad sino eficacia. Lo que vemos no es la mera promesa sino la garantía infalible del cumplimiento de dicha promesa. Sólo cuando la Luz del Creador transforma la creación, ésta es significativa y fructífera. De lo contrario la creación terrenal es vana.
Una vida de aspiración, una vida de dedicación, una vida de oración, concentración y meditación, no pueden conducirnos muy lejos a menos que nos hagan sentir que hemos venido al mundo sólo para complacer a Dios y servir a Dios a Su propia Manera. De lo contrario, podemos tener aspiración, podemos tener dedicación, podemos tener la fuerza de la oración, la fuerza de la concentración y la fuerza de la meditación; y estas cosas sin duda nos conducirán a un destino, mas éste no puede ser el destino último que Dios ha creado para nosotros.
Dentro de cada oración, cada concentración y cada meditación tiene que haber un recordatorio de nuestra promesa a Dios: que hemos venido al mundo para complacerle a Su propia Manera. Cada vez que rezamos, cada vez que meditamos, cada vez que hacemos algo, si no hay un recordatorio de nuestra promesa a Dios y no tenemos la confianza de que podemos mantener esta promesa, entonces es inservible. No importa cuantas horas recemos, no importa cuantas horas nos concentremos y meditemos, todo terminará finalmente en amarga frustración. Ciertamente obtendremos resultados de nuestra oración, nuestra concentración y nuestra meditación, pero esos resultados estarán lejos de nuestra satisfacción.
Hemos creado una meta conforme a nuestra propia percepción interna, y es posible que alcancemos esa meta. Pero a menos que la Luz de nuestro Creador ilumine y transforme nuestra imagen interna, no estaremos satisfechos; estaremos frustrados. En todo momento, cuando rezamos, cuando nos concentramos, cuando meditamos, si podemos mantener en primer plano nuestra fervorosa promesa a nuestro Amado Supremo –que para colmarle a Su propia Manera vimos la luz del día– y si podemos mantener nuestra certeza interna, entonces podemos cumplir y cumpliremos esta promesa. Solo entonces nuestra oración, concentración y meditación tendrán verdadero valor, verdadero significado, verdadera plenitud.
El amor tiene que transformar la vida. La inmensidad tiene que transformar la mente. La luz tiene que transformar la creación. La certeza interna y el recordatorio de nuestra promesa a Dios tienen que transformar nuestra somera oración y meditación. Solo entonces aparecerá la satisfacción, la satisfacción completa, la satisfacción permanente.
12:40
20 de julio, 1977
Centro Sri Chinmoy
Jamaica, Nueva York