Deseo y aspiración

Universidad de Nueva York, New York, N.Y.
29 de marzo de 1969

El deseo es un fuego salvaje que quema y quema, y finalmente nos consume.

La aspiración es una llama resplandeciente que secreta y sagradamente eleva nuestra conciencia y finalmente nos libera.

La sed de lo Altísimo es aspiración. La sed de lo más bajo es aniquilación.

El deseo es expectación. Sin expectación no hay frustración. Eliminado el deseo, construida la verdadera felicidad. La aspiración es entrega. La entrega es la unidad consciente del hombre con la Voluntad de Dios.

Tal como están las cosas actualmente, nuestro nacimiento mismo nos empuja a estar muy lejos de Dios. ¿Por qué revolcarnos deliberadamente en los placeres de los sentidos y alejarnos más aún de Dios? Del mismo modo que la guerra lleva al comercio de un país a detenerse, también nuestra tremenda inclinación a los placeres de los sentidos lleva todos nuestros movimientos espirituales internos a detenerse. De hecho, satisfacer las imaginadas necesidades de nuestra vida humana y clamar por el cumplimiento de nuestros placeres terrenales no es sino un mal auto-torturador. Pero satisfacer las necesidades de Dios, reales y divinas, en nosotros y a través de nosotros, es auto-iluminación.

¡Pobre Dios! Las personas no iluminadas siempre piensan que no tienes misericordia. Sin embargo, cuando colmas sus deseos, piensan que nadie en la Tierra puede superar Tu estupidez.

¡Pobre hombre, mira tu destino más deplorable! En las adecuadas palabras de Bernard Shaw: «Hay dos tragedias en la vida. Una es no conseguir el deseo de tu corazón; la otra es conseguirlo.»

Deseo significa ansiedad. La ansiedad halla satisfacción únicamente cuando es capaz de colmarse a través del apego sólido. Aspiración significa calma. Esta calma halla satisfacción únicamente cuando es capaz de expresarse a través del desapego que todo lo ve y todo lo ama.

En la aspiración y en ningún otro lugar reside la salvación del hombre. La salvación del hombre tiene una amiga eterna llamada Gracia, la Gracia todo-colmadora de Dios.

El deseo es tentación. Alimentada la tentación, desnutrida la felicidad verdadera. La aspiración es el despertar del alma. El despertar del alma es el nacimiento del deleite excelso.

Un verdadero buscador de la Verdad infinita nunca puede ganar nada con el descubrimiento de Oscar Wilde de que «la única manera de deshacerse de una tentación es ceder a ella.» El buscador ya ha descubierto la verdad de que sólo por medio de la alta, más alta, altísima aspiración puede uno deshacerse de todas las tentaciones, vistas y no vistas, nacidas y por nacer. La tentación es una enfermedad universal. Para un hombre sin aspiración, la tentación es inequívocamente irresistible. Pero un verdadero buscador siente y sabe que puede resistir a la tentación, y lo que no puede resistir es la transformación, la transformación de su naturaleza física, de su conciencia entera. Por supuesto, esta transformación es algo a lo que él no quiere resistirse. Al contrario, es por esta transformación por lo que él vive en la tierra.

¡Mirad la fuerza de una burbuja de deseo! Es capaz de enjaular nuestra vida entera para su uso exclusivo. ¡Mirad la fuerza de un ápice de aspiración! Tiene el poder de hacernos sentir que Dios el Infinito es absolutamente nuestro. Y algo más: que el Amor, la Paz, la Alegría y el Poder infinito de Dios son para nuestro uso constante.

Los objetos de los sentidos y el apego humano a ellos son inseparables. Pero en cuanto ven la Sonrisa de Dios, niegan su intimidad. Y lo que es más, se vuelven perfectos extraños.

Colma las demandas de tu cuerpo, y pierdes el control de ti mismo. Colma las necesidades de tu alma, y ganas el control de ti mismo. ¿Qué es el control de ti mismo? Es el poder que te dice que no tienes que correr hacia tu meta. La meta ha de venir a ti, y lo hará.

La moneda del mundo externo es el dinero, que muy a menudo se vuelve veneno. La moneda del mundo interno es la aspiración, que finalmente se convierte en autorrealización.

La cúspide del deseo humano está representada por el Veni, vidi, vici—«Vine, vi y vencí»—de Julio César. La cumbre de la aspiración divina fue expresada por el Hijo de Dios: «Padre, hágase Tu Voluntad.»

El esclavo de la pasión es el hombre. El hijo de Dios es igualmente el hombre. ¿Cuál de ellos quieres ser tú? Una elección conduce a tu destrucción completa, la otra a la salvación inmediata. Se te ha dado la alternativa dorada e incondicional. Debes elegir tú, aquí y ahora.