Mi mente

Oh mente mía, ninguna cadena terrestre puede atarte. Siempre estás en vuelo. Ningún pensamiento humano puede controlarte. Siempre estás en movimiento.

Oh mente mía, para ti es difícil creer en la plenitud constante de mi alma. Y para mí es difícil creer que estés condenada a ser una eterna víctima de las venenosas dudas. ¡Vaya! Has olvidado. Has olvidado el secreto dorado: que “Permanecer en la habitación del silencio es abrir la puerta de la plenitud”.

Oh mente mía, enormes son tus responsabilidades. Tienes que satisfacer a tus superiores: el corazón y el alma. Solo con tu más cálida admiración podrás conquistar al corazón. Solo con tu más profunda fe podrás conquistar al alma. Tienes que satisfacer también a tus subordinados: el cuerpo y el vital. Solo con tu interés puro podrás hacer sonreír al cuerpo. Solo con tu estímulo genuino podrás ayudar al vital a correr inequívoco hacia el bien y no hacia el placer.

Oh mente mía, te necesito desesperadamente, ya sea para permanecer en ti o para ir más allá de ti. Tú ves, y así proteges lo físico en mí. Tú sirves, y así revelas lo espiritual más allá de mí.

Oh mente mía, desecha la árida razón que tanto tiempo has atesorado. Dale la cordial bienvenida a la fe siempre-virgen. Posee la espada desenvainada de la conciencia. Estás destinada a escalar muy por encima de las tempestades del miedo. No te quedes más en las lúgubres sombras de la muerte creadas por ti misma. Viste las doradas ropas de la sencillez, la sinceridad y la pureza. No dejes que los vendavales de la incredulidad extingan la llama ascendente en tu interior. Tuya es la flecha de la concentración. Tuya es la tierra de la intuición iluminadora. Tuya es la paz sin horizontes.

¡Contempla al Supremo! Él te corona, oh mente mía, con los laureles de Su infinita Magnanimidad.