La fuerza de la entrega

El mundo de hoy quiere la individualidad. Exige la libertad. Pero la individualidad y la libertad genuinas únicamente pueden respirar en lo Divino. La entrega es el respirar incansable del alma en el Corazón de Dios.

La individualidad humana vocifera en la oscuridad. La libertad terrenal grita en los desiertos de la vida. Pero la entrega absoluta celebra universalmente la Individualidad y la Libertad divinas en el Regazo del Supremo.

En la entrega descubrimos el poder espiritual a través del cual podemos llegar a ser, no solo los videntes sino también, los poseedores de la Verdad. Si podemos entregarnos en absoluto silencio, nos convertiremos en la Realidad de lo Real, en la Vida de lo Viviente, en el Centro del Amor, de la Paz y de la Dicha verdaderas. Nos convertiremos en una bendición incomparable para nosotros mismos.

Un niño encantador atrae nuestra atención. Lo amamos porque conquista nuestro corazón. ¿Pero le pedimos algo a cambio? ¡No! Lo amamos porque es objeto de amor, porque es adorable. Del mismo modo podemos y debemos amar a Dios, porque Él es el Ser más adorable. El amor espontáneo por lo Divino es la entrega y esta entrega es el regalo más grande en la vida. Porque cuando nos entregamos, el Divino nos da en seguida infinitamente más de lo que hubiéramos pedido.

La entrega es un milagro espiritual. Nos enseña cómo ver a Dios con nuestros ojos cerrados, cómo hablar con Él con nuestra boca cerrada. El miedo entra en nuestro ser únicamente cuando retiramos del Absoluto nuestra entrega.

La entrega es un desenvolvimiento. Es el desenvolvimiento de nuestro cuerpo, mente y corazón en el Sol de Plenitud divina dentro de nosotros. Entregarse a este Sol interno es el mayor triunfo de la vida. El fracaso no puede alcanzarnos cuando nos hallamos en este Sol. El Príncipe del Mal ni siquiera puede tocarnos cuando hemos realizado y encontrado nuestra unidad con este Sol eternamente donador de vida.

La entrega y la incondicionalidad juegan juntas, comen juntas y duermen juntas. Suya es la corona de la victoria. El cálculo y la duda juegan juntos, comen juntos y duermen juntos. Suyo es el destino que está condenado a la decepción, abocado al fracaso.

La India es la tierra de la entrega. Esta entrega no es una sumisión ciega sino más bien la dedicación del ser limitado al propio Ser ilimitado en uno mismo. Existen numerosas y buenas historias en el Mahabharata que tratan de la entrega. Todas contienen gran verdad espiritual. Permítanme contarles una historia breve pero sumamente inspiradora y reveladora acerca de Draupadi, que fue Reina de los Pandavas. Mientras el malvado Duhshasana intentaba rudamente desnudarla, ella estaba rezando al Señor para que la salvara. Aún así, todo el tiempo ella se agarraba fuertemente su ropa con los puños. Su entrega no era completa y su oración no era concedida. Duhshasana continuaba sus esfuerzos para quitar la ropa de la infortunada Reina. Pero llegó el momento en que Draupadi soltó las vestimentas que sujetaba y levantó sus manos rezando al Señor: «¡Oh Señor de mi corazón, Oh salvador de mi vida, que Tu Voluntad se cumpla!». Y ¡he aquí la fuerza de su entrega absoluta! El silencio de Dios se rompió. Su Gracia descendió sobre Draupadi. Mientras Duhshasana trataba de quitarle el sari, descubrió que éste era interminable. Su orgullo tuvo que morder el polvo.

La Gracia todo colmadora de Dios, únicamente desciende cuando la entrega incondicional del hombre asciende.

Nuestra entrega es algo sumamente precioso. Solo Dios la merece. Podemos ofrecer nuestra entrega a otro individuo, pero únicamente por la causa de realizar a Dios. Si dicho individuo ha alcanzado su Meta, puede ayudarnos en nuestro viaje espiritual. En cambio, si nos ofrecemos a alguien simplemente por satisfacer a esa persona, estamos cometiendo una grandísima equivocación. Lo que deberíamos hacer es ofrecernos sin reservas al Señor en ella.

Cada una de nuestras acciones debería ser para complacer a Dios y no para ganar aplauso. Nuestras acciones son demasiado secretas y sagradas para ser expuestas ante los demás. Nuestras acciones son para nuestro propio progreso, logro y realización.

No hay límite para nuestra entrega. Cuanto más nos entregamos, más tenemos que entregarnos. Dios nos ha dado capacidad. En función de nuestra capacidad, Él requiere de nosotros la manifestación. Una manifestación que esté más allá de nuestra capacidad Dios nunca la ha exigido ni la exigirá.

En la entrega completa y absoluta del hombre está su realización; su realización del Ser, su realización de Dios el Infinito.