4.3 - La duda
¿Por qué es más fácil no creer que creer?
¿Por qué es más fácil no creer que creer? Es más fácil no creer que creer porque el descreimiento es un acto de descenso, mientras que la creencia es un acto de ascenso. Descender es más fácil que ascender.Es más fácil no creer que creer porque el descreimiento es un acto de destrucción, mientras que la creencia es un acto de construcción. Construir es más difícil que destruir.
Es más fácil no creer que creer porque el descreimiento es un acto de nuestra mente egocéntrica, mientras que la creencia es un acto de nuestro corazón abnegado.
El descreimiento inicia su viaje en la mente suspicaz y lo termina en el vital destructivo. La creencia inicia su viaje en la mente iluminadora y lo continúa marchando por el vasto reino del corazón aspirante.
Un hombre descreído, con sus ojos firmemente cerrados, nos dice lo que los demás son, lo que el mundo es, y lo que él mismo puede hacer por el mundo entero si lo desea. Un hombre de creencia, con la puerta de su corazón abierta de par en par, nos dice lo que Dios ha hecho por él, lo que Dios está haciendo por él y lo que Dios hará por él.
El descreimiento posee una perfección propia. El descreimiento halla su perfección en el ciclón de la separación. La creencia posee una perfección propia. La creencia halla su perfección en la música de la unidad universal.
El descreimiento le dice al mundo: «Ten cuidado, ten cuidado. Si no, te devoraré». La creencia le dice al mundo: «Entra, entra, por favor. Te he estado esperando impaciente».
El descreimiento odia al mundo. ¿Por qué? Porque siente que el mundo nunca es de él y jamás lo será. Un hombre descreído siente siempre que este mundo no le pertenece y que nunca puede gobernarlo. Esta es precisamente la razón por la que un descreído se atreve a odiar al mundo.
Un hombre de creencia ama al mundo. ¿Por qué? Porque cree que este mundo nuestro es verdaderamente el Cuerpo aspirante de Dios, el Sueño resplandeciente de Dios y la Realidad colmadora de Dios.
En la vida espiritual, si uno alberga incredulidad, está sencillamente alargando la distancia hacia la Meta última. Pero si el buscador posee abundante creencia en su vida espiritual, en su propia búsqueda de la Verdad última, entonces —indudablemente— está acortando la distancia. Finalmente, si su ser interno está recargado de fe ilimitada, no siente que es él quien está tratando de alcanzar la Meta, sino que la Meta misma, la Meta del Más Allá, está corriendo hacia él.
Llega un momento en que un hombre descreído, al sentirse totalmente frustrado y exasperado, quiere matar al mundo que le rodea. Pero, para su gran sorpresa, ve que la salvaje ignorancia del mundo le ha apuñalado. Con su orgulloso conocimiento, él quería matar al mundo; pero antes de que pudiera hacerlo, el mundo y su propia ignorancia salvaje lo han matado a él.
Un hombre de creencia quiere amar al mundo. Para su gran sorpresa, ve que su existencia entera está en el corazón mismo del mundo. El mundo ya ha colocado un trono en lo más íntimo de su corazón para que el hombre de creencia se siente allí.
En nuestra vida espiritual, la incredulidad es poco menos que un crimen; cuando no creemos, vertemos veneno lento en nuestro sistema; destruimos nuestra posibilidad y nuestro potencial, y nos recreamos, consciente y deliberadamente, en los placeres de la ignorancia.
¿Por qué no creemos? No creemos porque tenemos miedo de la unidad, miedo de la inmensidad. Sentimos que, cuando entramos en lo inmenso, perdemos nuestra identidad, perdemos nuestra individualidad, perdemos nuestra existencia misma. Olvidamos una innegable verdad: nuestra entrada en la inmensidad no es sino la expansión de nuestra conciencia divinizada.
Para una persona común y corriente, para un ser humano no aspirante, es sumamente difícil evitar descreer. Una persona aspirante, un buscador aspirante, puesto que su vida es la de la percepción consciente, sabe que existe algo en su interior que la está empujando hacia la Luz, hacia la Realidad. Una persona no aspirante siente que desde fuera algo está tirando de ella hacia atrás, jalándola hacia algo desconocido, hacia algo que la someterá.
Cuando no creemos en alguien conscientemente, no nos damos cuenta de que hay en nosotros un imán interno que atrae las cualidades no-divinas de esa persona en particular. ¿Qué ocurre cuando una persona ha conseguido algo, pero nosotros no lo creemos? La persona y su logro permanecen igual, por más que lo creamos o no. Pero la persona tiene también imperfecciones, capacidad limitada, impureza; y nuestra incredulidad es un imán que atrae únicamente sus imperfecciones. Si tenemos creencia y ofrecemos nuestra creencia, entonces hemos de sentir que tenemos un imán que atrae las buenas cualidades, las cualidades divinas, las cualidades iluminadoras de la otra persona.
Cuando no creemos en Dios, cuando no creemos en la Realidad, Dios permanece igual. Pero ocurre que la abundante ignorancia obtiene la oportunidad de envolvernos más fuerte y más plenamente. Y cuando creemos en Dios, Su Compasión obtiene la mejor oportunidad para trabajar en nosotros y a través de nosotros de la manera más poderosa.
Cuanto más profundizamos en la vida espiritual, más conscientes nos hacemos de la capacidad del descreimiento y de la creencia. El descreimiento no es sino destrucción. La creencia no es sino una nueva creación. Cada vez que creemos en algo, vemos el rostro de una nueva creación dentro y fuera de nosotros. Y cuando vamos un paso más allá, cuando nuestra fe interna se hace grande, vemos en nosotros una persona perfeccionada y un alma liberada.