Desapego y responsabilidad

Cuanta más Luz recibimos del interior, más rápido viene nuestro progreso y nuestro logro. Cada logro incita una pizca de desapego; pero el desapego total es algo que no conseguimos hasta casi el final de nuestro viaje, después de un largo período de práctica espiritual. Nadie puede decir que ha iniciado su viaje espiritual con desapego. No se puede obtener el desapego de golpe. Durante años, o incluso muchas encarnaciones, uno tiene que concentrarse, meditar y hacer servicio desinteresado; solo entonces puede alcanzar el desapego. El desapego es extremadamente difícil de conseguir, pero es algo que todos hemos de tener.

En una familia, cada miembro tiene una responsabilidad para con los demás. Tenemos obligaciones físicas, morales y de otra índole mientras vivimos. La madre ha de cuidar del hijo porque ella lo ha traído al mundo. El hijo ha de cuidar de la madre porque siente una obligación, en cierta medida, de colmarla o complacerla. Pero a menudo la madre no cuida verdaderamente del hijo, o el hijo de la madre. Cuando falta el afecto o el verdadero entendimiento entre los miembros de una familia, inmediatamente podemos saber que se trata de una falta de interés, y no de desapego. Todos sabemos lo que es la falta de interés; lo vemos en nuestra vida cotidiana. A menudo se confunde la falta de interés con el desapego; pero el desapego es algo muy superior a la falta de interés. Es el desapego, y no falta de interés, lo que necesita un buscador espiritual.

El desapego no significa no tener ningún interés por los demás; el desapego significa desempeñar nuestros deberes lo mejor posible, pero no preocuparnos por los resultados. En el desapego, hacemos lo correcto, del modo correcto y en el momento correcto. Todo es hecho precisamente porque el Piloto Interno nos lo ha mandado. Entonces, si profundizamos más, sentimos que el Piloto Interno es todo; él es el Hacedor, la Acción misma y el Disfrutador de la acción.

Supongamos que un atleta, un corredor que ha estado entrenando durante mucho tiempo, corre finalmente en las Olimpíadas y queda en la última posición. Se dirá a sí mismo: «He practicado durante muchos años. ¿Cómo he podido quedar el último?». Pero ahora él debe estar desapegado. ¿De qué? De los frutos de sus acciones. Un corredor tiene que practicar con toda la esperanza de ser el ganador; tiene que levantarse temprano, hacer diferentes tipos de ejercicios y todo lo demás que sea necesario para mejorar su rendimiento. Pero el resultado de sus acciones tiene que ponerlo a los Pies de Dios, que es el único Hacedor.

La filosofía suprema es: «Dios es el Hacedor y el Disfrutador de la acción», y esto es absolutamente cierto. Pero aquí en la tierra, en el plano físico, ciertamente tenemos que hacer lo que sentimos que es mejor; tenemos que trabajar y hacer lo necesario. Por todos los medios tenemos que hacer nuestro deber lo mejor posible para alcanzar nuestro objetivo. Algunas veces tratamos de ver el resultado de nuestro trabajo con nuestro ojo mental, y este nos muestra que el resultado será una derrota. Si sabemos que el resultado no nos va a complacer, nos resultará sumamente difícil trabajar bien y con entusiasmo. Si el éxito es todo lo que nos importa, naturalmente nos sentiremos desanimados; pero en ese momento estamos cometiendo un error; no conocemos el verdadero significado del desapego. Tenemos que actuar con esperanza, entusiasmo y determinación; y sea lo que sea lo que nos pase, no es asunto nuestro. Cuando la acción culmina, ya no permanece en nuestras manos. Cuando se revela el resultado, estaremos totalmente desapegados, tanto si somos los primeros como los últimos. Si somos los primeros, estaremos felices. Si somos últimos, también estaremos felices porque hemos entregado el resultado de nuestra acción a Dios.

La alegría real aparece si desde momento en que comenzamos a trabajar podemos sentir que el trabajo en sí es el resultado. Entonces no tenemos que esperar veinte minutos, dos meses o dos años para el resultado. Lo que queremos es la satisfacción que va a venir únicamente cuando cosechemos los frutos de nuestra acción, dentro de unos meses o unos años. Pero si somos lo bastante sabios, entramos en el trabajo y vemos que el trabajo mismo es alegría. En primer lugar tenemos de saber que, entre millones de personas en la tierra, somos nosotros los que hemos sido elegidos para hacer este trabajo en particular. Entonces, en cuanto comencemos a trabajar, hemos de sentir que el trabajo mismo nos proporciona lo que queremos. Si queremos obtener satisfacción, alegría y plenitud de cualquier tipo de trabajo, en el momento que entramos en ello, hemos de sentir que el trabajo en sí, no el resultado futuro, es todo alegría.

¿Cómo podemos estar desapegados en nuestro trabajo? Hay dos maneras; una es sentir que nada queda permanentemente en la tierra; no importa lo grande que uno sea en el mundo humano, nada queda para siempre —nada—. El nombre y la fama serán enterrados. Nada podemos reclamar como verdadera propiedad nuestra, ni siquiera a nosotros mismos. Hoy empleo los términos «yo, mí, mío», pero mañana este «yo» se va a algún otro mundo. ¿De qué sirve apegarme a alguien o algo que ahora llamo mío, si no puedo llevarlo conmigo después de sesenta o setenta años? ¡Es simplemente absurdo!

Y eso mismo es cierto con respecto al apego a los demás. Aunque sé que me estoy apegando a alguien que no puedo reivindicar como mío, digo que esa persona es mía. No se lo puedo demostrar, no puedo probarlo. ¿Cómo puedo mostrar mi corazón? No puedo mostrar mis sentimientos internos. Si es un buen sentimiento, trato de ofrecerlo; si es un mal sentimiento, trato de ocultarlo. Con frecuencia, si estamos haciendo un buen trabajo, estamos deseosos de enseñarlo; si estamos haciendo un mal trabajo, somos reacios a enseñarlo. Pero sea bueno o malo el trabajo, sean buenos o malos los sentimientos que tengamos, el objeto de nuestro apego no es duradero. Finalmente llegamos a darnos cuenta de que nada de lo que llamamos nuestro puede durar permanentemente. Esta es una manera de estar desapegado.

Otra manera de lograr el desapego es saber que, además de la luz finita, existe una Luz más elevada, una Luz infinita. Esta Luz nos da verdadera alegría. Sabiendo esto, ¿cómo podemos estar apegados a las personas y cosas que están tentándonos constantemente? Cuanto más nos desapegamos de estas tentaciones de lo finito, más estamos apegándonos a lo Infinito. En este apego divino se halla nuestra satisfacción verdadera. Si nos ocupamos realmente de la vida espiritual, nuestro asunto es entonces focalizar toda nuestra atención únicamente en el Supremo. Si estamos profundamente apegados al Supremo, a la vida interna, naturalmente permanecemos desapegados de otras personas y cosas, del mundo que no está aspirando. Lo que llamamos nuestro apego al Supremo será visto como Sabiduría-Luz en el futuro, porque solo en Él, y en ninguna otra parte, podemos crecer. Solo en Él, y en ninguna otra parte, somos colmados.

Algunos buscadores de la India que siguen el sendero de la devoción, llegan al punto de decir que la devoción no es otra cosa que apego a Dios. Así como el deseo humano es apego a un ser humano, la devoción espiritual es una forma de apego a Dios. No podemos estar apegados a dos cosas o a dos personas al mismo tiempo; cuando profundizamos en nosotros, vemos que podemos apegarnos únicamente a una persona o a una cosa. El apego y la devoción son como la concentración, no podemos concentrarnos adecuadamente en dos dedos a la vez. Vemos los dos dedos, pero enfocamos nuestra atención en uno de ellos. De modo similar, cuando ofrecemos realmente al Supremo nuestro apego más puro, que es la devoción, esta solo puede ir dirigida a Él. Y dentro de Él puede encontrarse al resto de la humanidad. Al principio tenemos una familia común y corriente con unos pocos miembros, pero llega un momento en que tenemos que expandir nuestra familia. La humanidad misma deviene nuestra familia. Cuanto más crecemos dentro, más grande deviene nuestra familia; y es siempre dentro del Supremo donde permanece la humanidad.

Si entramos en una persona con la Luz de nuestra alma, podemos identificarnos con sus sufrimientos y sentimientos, y aún así permanecer desapegados. La Luz de nuestra alma se expande siempre. Al mismo tiempo, no ata ni puede ser atada. Con la Luz de nuestra alma podemos identificarnos con cualquier persona en la tierra y no ser afectados. Si entramos en la persona con la Luz interna de nuestra alma, que es toda ella libertad y perfección, y esparcimos esta Luz interna en el que sufre, la persona obtiene en ese momento la mejor ayuda de nuestra parte. Después, podemos alejarnos volando como un pájaro, sin ser tocados por la persona o estar apegados a ella.

El Barco del Supremo nos está llevando hacia la Ribera Dorada. El Barco está en el agua, pero no es del agua. El Barco está justo ahora en el mar de ignorancia, pero no está afectado. Nos está llevando a la Ribera Dorada donde no hay ninguna ignorancia, ninguna duda, ninguna atadura, donde todo es perfección y plenitud. También en nuestra vida humana, hemos de sentir que si tenemos la Luz del alma en el interior, podemos estar dentro de cualquier persona. Tal vez sea la persona más imperfecta o la que más sufre, sin embargo, aunque la estamos ayudando de la manera más sincera y efectiva, no nos sentiremos apegados o derrumbados por ella. Así pues, primero tenemos que descubrir nuestra Luz interna, la Luz de nuestra alma; solo entonces estaremos verdaderamente cualificados para ayudar a otros sin apegarnos a ellos o a su sufrimiento. Solo entonces podremos servir la ayuda más genuina y más pura a la humanidad que sufre.