Pregunta: ¿Cómo puedo conquistar el ego?

Sri Chinmoy: Siente que tu ego es un ladrón que está dentro de ti. ¿Cuando ves a un ladrón, qué haces? Lo persigues. Siente que un ladrón ha entrado en ti, en tu habitación de aspiración. Comienza a perseguir a tu ego, el ladrón, temprano en la mañana; al anochecer podrás atraparlo. Si puedes sentir de verdad que tu ego es un ladrón, llegará un día en que podrás atraparlo; tal vez no ocurra enseguida, pero si sabes que algo ha sido robado y has visto al ladrón, seguirás buscándolo. Tu búsqueda está destinada a ser recompensada algún día. ¿Qué sucederá cuando atrapes al ego? Tu espada de unidad universal lo transformará. El ego es separatividad e individualidad. La separatividad y la individualidad humana no pueden vivir en el mar de la unidad y la universalidad. Si queremos mantener nuestra individualidad separada, nuestra vida terminará en destrucción. Una gota, antes de entrar en el océano, dice: «He aquí el poderoso océano, el vasto océano. Cuando entre en él, estaré totalmente perdida; seré totalmente destruida; ¡no tendré ya existencia alguna!». Pero esta es la forma equivocada de pensar. La gota debería ser espiritualmente sabia y debería sentir: «Cuando entre en este inmenso mar, mi existencia se fundirá inseparablemente con él. Entonces podré reivindicar el océano infinito como parte de mí misma». ¿Quién puede negar esto? Cuando la gota entra en el océano, se vuelve una con el océano; deviene en el océano mismo. ¿Podemos separar en ese momento la conciencia de la gota de la conciencia de todo el vasto océano? El ego humano nos está molestando constantemente; pero si tenemos el ego divino que nos hace sentir: «Soy hijo de Dios, soy hija de Dios», no tenderemos a separar nuestra existencia del resto de la creación de Dios. Dios es Omnisciente, Omnipotente y Omnipresente. Si Él es todo, si Él está en todas partes y yo soy Su hijo, ¿cómo puedo limitarme a un lugar en particular? Este ego divino u orgullo divino es absolutamente necesario. «No puedo regodearme en los placeres de la ignorancia. Soy el hijo de Dios. Realizarlo, descubrirlo en mí mismo y en todos es mi derecho de nacimiento. Él es mi Padre. Si Él puede ser tan divino, ¿qué está fallando en mí? Yo he venido de Él, del Absoluto, del Supremo; por consiguiente, también yo debería ser divino». Esta clase de orgullo divino tiene que emerger. El ego ordinario que constantemente nos ata tiene que ser transformado. El ego divino, el orgullo divino que reclama el universo como su propio bien, debería ser nuestra única elección. El ego únicamente trata con la persona y sus posesiones. Si tratamos con la Conciencia universal, devenimos el universo entero. En esta conciencia no actuamos como un pequeño individuo que solo puede reivindicarse a sí mismo y sentir: «Esta es mi propiedad. Esta es mi capacidad. Este es mi logro». No, en ese momento diremos: «Todos los logros son míos. No hay nada que no pueda reivindicar como mío». En la vida espiritual, la manera más fácil de conquistar el ego es ofrecer diariamente nuestra gratitud a Dios por cinco minutos. Entonces, sentirás que dentro de ti está creciendo una dulce, fragante y hermosa flor. Es la flor de la humildad. Cuando Le ofreces a Dios tu gratitud, Él te da algo sumamente hermoso, que es la humildad. Una vez que ha visto la flor de la humildad, el ego desaparece, porque siente que puede llegar a convertirse en algo mejor: la unidad universal. Cuanto más damos, más apreciados somos. Piensa en un árbol que crece. El árbol tiene flores, frutos, hojas, ramas y tronco. Pero su satisfacción real no la obtiene por la capacidad que posee sino por ofrecer esa capacidad. Solo dándose obtiene satisfacción. Cuando ofrece sus frutos al mundo, se inclina con suma humildad. Cuando ofrece sombra o protección, la ofrece para todos, sin consideración de riqueza, rango o capacidad. Nosotros también obtenemos satisfacción real por el autofrecimiento y no por mantener todas las cosas para nuestro propio uso. El ego siempre trata de poseer cosas para sí mismo, pero, cuando trascendemos el ego tratamos de darlo todo para la Satisfacción de Dios, para la satisfacción del mundo y para la satisfacción de nuestra alma. Al nivel humano, el ego trata de lograr la satisfacción utilizando las cosas para su propio fin. En la vida espiritual, trascendemos el ego humano y luego utilizamos esas cosas para un propósito divino, para la satisfacción del mundo entero.