No poder, sino unidad

El hombre tiene innumerables deseos. Cree que colmando sus deseos podrá demostrar ser superior a los demás. Cuando sus deseos no son colmados, se maldice a sí mismo; se siente fracasado, desesperado y desamparado. Pero Dios acude a él y dice: «Hijo mío, no has fracasado. No eres un caso perdido. No estás desamparado. ¿Cómo puedes ser un caso perdido? Yo estoy creciendo en ti con Mi Sueño siempre luminoso y siempre colmador. ¿Cómo puedes estar desamparado? Yo estoy dentro de ti como Poder infinito». Entonces el hombre intenta descubrir algo más a fin de demostrar su superioridad. Intenta ejercitar su poder violentamente, agresivamente. Quiere probar al mundo que él es importante. Para probar su eminencia, adopta cualquier medio y su conciencia no le molesta. Dios, con Su infinita Bondad, acude nuevamente a él y le dice: «Esta es una elección errónea. No puedes probar al mundo que eres incomparable, único. Lo que realmente ansías de tu superioridad es la alegría, la alegría sin límites. Pero esta alegría ilimitada jamás será tuya, a menos que conozcas el secreto de los secretos. Y ese secreto es tu unidad indivisible con cada ser humano sobre la tierra». Luego Dios continúa. Dice que Él es fuerte, es feliz y está satisfecho precisamente porque es totalmente uno con cada ser humano, con el universo entero. Solo cuando uno está totalmente unido con el resto del mundo puede ser verdaderamente feliz. Y esta felicidad hace a un hombre inigualable sobre la tierra. No es el poder lo que nos hace superiores o nos hace sentir que somos invaluables, sino nuestra incomparable unidad con Dios y con el mundo. Los demás no nos necesitan porque tenemos poder; no, los demás necesitan seriamente la unidad de nuestra alma. Somos grandes, más grandes, los más grandes, solo cuando sentimos conscientemente nuestra unidad con el mundo entero.