Capítulo IX: El secreto supremo

El secreto supremo es el Conocimiento supremo. No se puede explicar. Tiene que ser realizado. Este secreto supremo está escrito con letras de oro en lo más recóndito de cada corazón divinamente humano. No rechaza a nadie, no, ni siquiera al que está muerto en el pecado. Quien no tiene fe en lo que Krishna dice no tendrá escapatoria de las cadenas de la ignorancia. Tener fe es poseer una extraordinaria buena fortuna. Como la devoción ejemplar, la fe también necesita un Dios personal, y lo tiene. La fe no es creencia ciega. La fe no es una rendición ciega e incuestionable a los libros sagrados. La fe es el conocimiento consciente de la ilimitada libertad propia. Dice Krishna: «Oh Arjuna, la salvación no es para quien carece de fe. Él está atado para siempre a las aflicciones de la vida y las angustias de la muerte». Quien anda por el camino de la fe, verá por sí mismo la Verdad suprema aquí en la tierra. La determinación del corazón aspirante del buscador es su mística fe. La convicción del alma reveladora del buscador es su triunfante fe. Un hombre ordinario, sin aspiración, es mantenido a flote por los mundos de las falsas esperanzas. Pero un hombre de fe vive siempre en los mundos de la contundente afirmación. Alegremente y sin reservas, acopia más y más combustible de admirable fe en el altar de Dios. Obviamente, su alma corre a gran velocidad.

Sonriente, Krishna dice: «Los ilusos Me menosprecian en Mis encarnaciones humanas, sin saber que soy el Señor Supremo de todos los seres».

Reconocer a un Avatar no es cosa fácil. O bien uno ha de ser bendecido por el Avatar mismo, o ha de poseer el don de la visión interna. Un aspirante tiene que prepararse a fin de reconocer a un Avatar. Tiene que evitar el placer de los sentidos. No debe ser controlado por las pasiones. Es él quien tiene que controlar sus pasiones. Tiene que inhalar constantemente el hálito de la pureza. Tiene que derribar el miedo. Tiene que aniquilar la duda. Tiene que invocar la paz. Tiene que imbuirse de gozo.

No es necesario practicar ritos y ceremonias abstrusos. Lo único que se requiere es autoentrega. Él lo acepta todo con la mayor alegría. Podemos comenzar nuestro viaje interior ofreciéndole hojas, flores y frutas. Incluso el más pequeño acto de ofrenda a Dios es el más auténtico paso en el camino del descubrimiento de uno mismo y el descubrimiento de Dios. Pensamos. Si ofrecemos nuestro pensar a Dios, este mero acto de ofrendar nuestro pensamiento nos hará finalmente uno con Dios-el-Pensamiento. Un hombre común cree que piensa precisamente porque vive. Pero Descartes mantiene una opinión completamente diferente: «Pienso, luego existo». Este existo no solo es el fruto de la creación, sino también el respirar de la creación. Son significativas las palabras de Bertrand Russell:

"«El hombre teme al pensamiento más que a ninguna otra cosa en la tierra" —más que a la ruina, más aún que a la muerte—».

Si podemos descubrir un pensamiento verídico, divino, entonces en un santiamén, Dios pedirá u obligará al tiempo a estar de nuestro lado. Nada, salvo el tiempo, puede ayudarnos a sentir el respirar de la Verdad y a tocar los Pies de Dios. Podemos poseer el Tiempo de la Eternidad si verdaderamente lo queremos. Dulces y significativas son las palabras de Austin Dobson:

¿Que el Tiempo se va, dices? ¡Ah no!
¡Ay! El Tiempo se queda, nosotros nos vamos.

Servimos. Si Le servimos a Él, solamente a Él en la humanidad, llegamos a ser uno con Su Realidad absoluta y Su Unidad universal. No podemos olvidar que nuestro dedicado servicio debe ser prestado con una inundación de purísimo entusiasmo.

El verso veintinueve es muy familiar y popular. «Para Mí todos son iguales. No hago preferencia, no hago desprecio. Mis amantes devotos que me adoran están en Mí. Yo también estoy en ellos». Esta es una experiencia que destaca perceptiblemente en la vida de un verdadero buscador. No hay privilegio especial. A todos les es dada la misma oportunidad. No hace falta decir que un verdadero devoto ha pasado ya por arduas disciplinas espirituales. Si se convierte en un devoto genuino y deviene en alguien querido e íntimo de Krishna, significa que está obteniendo el resultado de las férreas disciplinas y severas austeridades pasadas. Si no hay dolor, no hay ganancia. Si no hay sinceridad, no hay éxito. Tened aspiración. Esto acelerará vuestro progreso interno y externo.

El devoto aspira. Sri Krishna reside en su aspiración. El devoto realiza. En su realización descubre que Krishna es su respirar eterno. Un devoto nunca está solo. Ha descubierto la auténtica verdad de que su autosacrificio lo une con su Señor. Cuanto más se ofrece al Señor conscientemente, más fuerte se hace su lazo divino de unión, es más, de unidad.

Anityam (no perdurable, pasajero); asukham (sin placer, sin alegría). El mundo exterior mora en nuestra conciencia terrenal. Esta conciencia terrenal puede ser transformada en la Conciencia Eterna por medio de la aspiración, la devoción y la entrega. Y la Conciencia Eterna alberga la alegría perpetua. La liberación tiene que ser lograda aquí, en este mundo. Cualquier hombre de promesa aceptará la intrépida declaración de Emerson:

«¡Otro mundo! No hay otro mundo.
O aquí, o en ningún lugar está toda la verdad».

Cuando miramos el mundo con el ojo interno, el mundo es bello. Esta belleza es el reflejo de nuestra propia divinidad. Dios-el-Bello tiene a nuestro aspirante corazón como Su eterno Trono. Nosotros, los buscadores del Supremo, nunca podremos concordar con la orgullosa filosofía de Nietzsche, que afirma: «El mundo es bello, pero tiene una enfermedad llamada hombre». Al contrario, podemos decir inequívocamente que el mundo es bello porque ha sido iluminado por una belleza superna llamada hombre.

Anityam y asukham no pueden echar a perder el corazón de un buscador verdadero. Su fe está vinculada a su dorado destino.

Él canta y canta:

Mis días eternos se hallan en el tiempo fugaz;
toco en su flauta rapsódica.
Los hechos imposibles no parecen ya imposibles;
en las cadenas del nacimiento brilla ahora
la Inmortalidad.

Sri Chinmoy, Comentario del Bhagavad Gita: el Canto del Alma trascendental, Rudolf Steiner Publications, Blauvelt, New York, 1971