Arjuna y el asceta

Arjuna resultaba ser un guerrero rajásico. Deseaba pelear y matar gente. En el Mahabharata vimos cómo luchó contra el enemigo. Krishna quiso machacar el orgullo rajásico de Arjuna, porque este era muy querido entre los amigos y discípulos de Krishna. Una vez el orgullo entró en Arjuna, y Sri Krishna le dijo: «Vamos a dar un paseo». Ambos salieron a pasear, y por el camino vieron a un asceta que comía una pequeña hoja de hierba seca. Había hierba verde disponible a todo alrededor, pero él estaba tomando hierba seca. Al mismo tiempo, una espada desenvainada colgaba en su costado. Arjuna no pudo comprenderlo. Por una parte, ni siquiera comía hierba verde que tiene vida porque no dañaría o lastimaría ninguna cosa viva. Era tal su compasión por las cosas vivas que estaba dispuesto a comer hierba seca, pero no hierba verde. Y al mismo tiempo tenía la espada a su lado. Arjuna preguntó a Sri Krishna: «Dime, por favor, qué falla en esta persona. ¿Por qué esa contradicción en su vida con una hoja de hierba y una espada desenvainada al mismo tiempo?». Sri Krishna dijo: «Ve a preguntarle». Así que fue y preguntó al asceta: «Dígame, por favor, no entiendo por qué actúa de esta manera». El hombre respondió: «No te equivocas en que quiero llevar una vida piadosa, no quiero hacer daño. Pero al mismo tiempo quiero matar a cuatro personas en la tierra, y para eso he guardado esta espada. Cuatro personas, en cuanto las vea, las mataré». Arjuna dijo: «Por favor, déjeme saber quiénes son».

«El primero es Narada.»

«¿Qué te ha hecho Narada?»

«¡Oh Narada! Todo el tiempo canta las glorias de mi Señor Krishna. No hay momento para que mi Señor haga su descanso. Todo el tiempo tiene que cantar, y yo oigo las canciones —cantando, cantando, cantando—. Siempre perturba el sueño de mi Señor. Quiero matar a ese condenado Narada si lo veo.»

«Entonces, ¿quién es la segunda persona?»

«La segunda es Draupadi, la mujer de Arjuna. Ella de pronto habló: ‘¡Señor, sálvame, sálvame!’. Y mi Señor tuvo que ir y emplear su fuerza para salvar su modestia. ¡Qué audacia tuvo ella!»

La historia de Draupadi es que cuando Yudhishthira perdió contra Duhshasana, el hermano pequeño de Duryodhana, en un juego de dados, la última promesa que hizo fue que Draupadi sería entregada al ganador. Por tanto, como perdió nuevamente, Draupadi, la esposa, tuvo que ir al otro lado y quedarse con los Kauravas. Estos quisieron desvestir a Draupadi y hacer tan impensable acto delante de reyes y potentados. Draupadi, al principio, trataba de sujetar fuertemente su vestido (sari)​, pero finalmente se entregó y exclamó: «¡Oh Krishna, sálvame!». De inmediato Krishna le concedió un sari sin fin. Ellos siguieron quitándole el vestido, pero este no tenía fin, era inútil continuar.

Cuando la familia Pandava estaba en el bosque, sucedió que el sabio Durvasa fue a visitarlos con todos sus seguidores y discípulos. Los enemigos de los Pandavas habían enviado a Durvasa para que pronunciase una maldición sobre ellos. Durvasa había ido una vez a los Kauravas y había sido muy agradablemente recibido con honores reales por parte del mayor de los Kauravas, Duryodhana. Al estar altamente complacido con Duryodhana, Durvasa dijo: «Ahora, pídeme cualquier beneficio». En ese momento, Duryodhana le pidió ir al bosque donde vivían los Pandavas. Sri Krishna había dado a los Pandavas una olla de la que se podía alimentar a cualquier número de personas. Sin embargo, solo podrían hacerlo antes de que Draupadi hubiese tomado su última comida del día. Una vez que Draupadi hubiera comido, los Pandavas no podrían alimentar ni a una sola persona en la tierra. Duryodhana pidió a Durvasa ir allí un día, cuando Draupadi hubiese comido, después de que hubiera terminado su comida. Durvasa escuchó la oración de Duryodhana. Llegó cuando Draupadi había terminado de comer solo para torturarla. En esos días, cuando un maestro espiritual te visitaba, lo primero que debías hacer era alimentarlo. Si no alimentabas a Durvasa, te maldeciría y convertiría en cenizas. Cuando Durvasa y sus seguidores entraron, la pobre Draupadi no tenía más comida. Durvasa llegó y dijo: «Estoy muy hambriento».

Ella sabía que si no le ofrecía comida, él lanzaría una maldición sobre ella y su marido. Así pues, invocó a Sri Krishna. Sri Krishna se hallaba en ese momento sentado en su trono. No estaba nada cerca del bosque, pero inmediatamente vio con su visión oculta, y acudió físicamente a salvarla. Sri Krishna dijo: «Por favor, ofréceme algo de comer. Estoy muy hambriento». Draupadi respondió: «Tú estás tan hambriento, y yo estoy aquí, avergonzada. Te he invocado para que me ayudes, y vienes aquí a torturarme. ¿Cómo voy a darte comida?». Él dijo: «No, tienes que darme comida. Examina tu olla». «No queda nada —dijo ella—, no te estoy mintiendo. Ya la he lavado. Hemos comido todos. No queda nada. Puedo enseñártelo». Así que trajo la olla, y él descubrió que había un grano de arroz restante. Lo comió y dijo: «Ahora estoy satisfecho. Puedes pedirme cualquier cosa. Estoy complacido contigo». «¡Sálvame! —dijo ella—. El sabio Durvasa ha ido ahora, con sus miles de discípulos, a bañarse en el Ganges. Cuando vuelva, querrá comer». Entonces Krishna, con su poder espiritual, inmediatamente hizo comida preparada para miles de personas. Ahora Durvasa con su visión yóguica se enteró de que Sri Krishna había venido. «Es inútil que vaya allí —dijo—, porque ahora podrán alimentarme. No quiero ir. Estoy satisfecho».

Volviendo a la historia de Arjuna y el asceta, este dijo: «Quiero matar a Draupadi. A todas horas ella está pidiendo la ayuda de mi Señor. La mataré. Ella no debería invocar a mi Señor en ningún momento.

»La tercera persona es Prahlada. Él era uno de los más grandes discípulos de Sri Krishna. Pero su padre odiaba a Sri Krishna. El nombre mismo de Sri Krishna lo irritaba. Su hijo era justamente lo opuesto, constantemente siguiendo a Krishna. ¿Qué hizo entonces el padre? Arrojó a Prahlada en una bañera de aceite hirviendo. Luego lo arrojó al suelo y lo puso —a su propio hijo— bajo un elefante enfurecido. Dejó que el elefante aplastara a su hijo porque este no le hacía caso. Pero el hijo no fue aplastado ni el aceite hirviendo mató al muchacho. Sri Krishna estaba allí. Mientras el padre quería matar al chico, Sri Krishna lo salvó con su presencia».

Por eso el asceta dijo: «En cuanto hay cualquier peligro, Prahlada pronuncia inmediatamente el nombre de mi Señor Krishna, el cual acude a salvarlo. Prahlada no tiene derecho a invocar a mi Señor. Ha de ser castigado.

«El cuarto de ellos es el mezquino Arjuna» —continuó el asceta—. «Quiero matarlo aquí y ahora».

Arjuna dijo: «¡Arjuna! ¿Qué ha hecho él?».

El asceta replicó: «Mira su audacia. Pidió a mi Señor Krishna ser su auriga en el campo de batalla. Sri Krishna es el Señor del Universo, y Arjuna le pidió que fuera su auriga. ¡Mira qué osadía! Quiero matarle».

Arjuna llegó a comprender que el asceta era realmente devoto de Sri Krishna, y que estaba lleno de amor y preocupación por Él.

Sri Chinmoy, Comentario del Bhagavad Gita: el Canto del Alma trascendental, Rudolf Steiner Publications, Blauvelt, New York, 1971