El deber supremo7

Cantó el poeta:

Dormía y soñé que la vida era belleza.
Desperté y descubrí que la vida era deber.

Deber y belleza son como el Polo Norte y el Polo Sur.

¿Qué es la belleza? La belleza es la unidad de lo finito y lo Infinito. La belleza es la expresión de lo Infinito a través de lo finito, el hombre. La belleza es la encarnación de Dios el Infinito en el hombre. En el mundo material, el mundo físico, Dios se revela a través de la belleza.

La belleza del alma es la belleza sin parangón en el mundo físico. Esta belleza inspira al mundo externo y colma al mundo interno. Esta belleza nos hace ser uno con el Alma de Dios, la Luz infinita. Esta belleza nos hace ser uno con el Cuerpo de Dios, el Universo. Cuando vivimos en el mundo de la aspiración, llegamos a comprender que el Deber trascendental y la Belleza universal son las expresiones perfectas de una misma Realidad.

El deber. En nuestra vida cotidiana, el deber es algo desagradable, exigente y desalentador. Cuando se nos recuerda nuestro deber, perdemos toda la alegría interna, espontánea. Nos sentimos desdichados. Sentimos que podíamos haber utilizado nuestra energía de vida para un propósito mejor. Sólo una persona carente de sentido común puede decir que no sabe cuál es su deber. Cada persona conoce bien su deber, demasiado bien. Pero depende de ella el cumplirlo o no.

La vida de un aspirante es la vida que ha de cumplir el deber supremo. Su primer y más importante deber es realizar a Dios. No puede haber otro deber excepto éste, la Realización de Dios, en su vida aquí en la Tierra.

Un aspirante, cuando ve la luz del día, es inspirado por Dios mismo con este mensaje:

Realízame en la Tierra,
revélame en la Tierra,
cólmame en la Tierra.

El tiempo es fugaz. El tiempo no nos espera. Tenemos que ser sabios. Podemos utilizar cada momento para un propósito divino. Podemos utilizar cada momento en el desempeño de nuestro fervoroso Deber.

El deber es doloroso, tedioso y monótono simplemente porque lo hacemos con nuestro ego, orgullo y vanidad. El deber es placentero, alentador e inspirador cuando lo hacemos por Dios mismo. Lo que tenemos que hacer es cambiar nuestra actitud hacia el deber. Si trabajamos por Dios mismo, entonces no hay deber. Todo es alegría; todo es belleza. Cada acción ha de ser ejecutada y ofrecida a los Pies de Dios. El deber por amor a Dios es el Deber supremo. No tenemos ningún derecho a asumir otro deber antes de haber logrado nuestra propia salvación espiritual. ¿Acaso no nos confió Dios esta maravillosa tarea en el momento mismo de nuestro nacimiento? El Deber supremo es esforzarse constantemente por la realización de Dios. El tiempo es corto, pero la misión de nuestra alma en la Tierra es sublime. ¿Por qué deberíamos dilapidar el tiempo en los placeres de los sentidos?

A menudo decimos que no tenemos ninguna obligación para con los demás, porque no hemos aceptado nada de ellos. No nos han dado nada. Es cierto, no estamos bajo obligación alguna. Pero hay una palabra llamada expectación. Tal vez yo no haya tomado nada de ti, pero eso no significa que tú no esperes algo de mí. Algunas veces tu expectación puede ser legítima. Puedes esperar, claro que puedes; pero hay algo que no puedes hacer: no puedes exigir. Puedes esperar, y dependerá de mí si te doy o no lo que quieres. Pero no debes exigir. Sólo Dios puede exigir. Dios y sólo Dios puede exigir mi vida entera. Cada individuo ha de sentir que Dios tiene derecho absoluto a reclamarlo por siempre aquí en la Tierra y allá en el Cielo.

Ama mucho a tu familia. Ese es tu gran deber. Ama más a la humanidad. Ese es tu deber mayor. Ama a Dios lo que más. Ese es tu mayor deber. Tu Deber supremo.

Hay dos cosas: una es el recuerdo y otra es el olvido. Todos sabemos que nuestro deber es ganar nuestro salario. Cierto, es nuestro deber, y siempre lo recordamos. Pero hay otro deber. A fin de obtener nuestro salario tenemos que trabajar. De alguna manera nos las ingeniamos para olvidar esto.

En el mundo espiritual hay también un deber. Este deber es gozar del fruto de la Realización de Dios. Todos lo sabemos, y estamos sumamente deseosos de ejecutar este deber. Pero, desafortunadamente, olvidamos el otro deber: la meditación. Un deber es gozar de los frutos; el otro deber es lograr los frutos. Pero somos lo bastante listos como para clamar por los frutos de la realización mucho antes de haber entrado en el campo de la meditación. Si no hay meditación, no hay realización. Sin meditación, la realización de Dios no es otra cosa que autoengaño.

Un aspirante tiene un deber muy significativo y es el deber de tener perfecta fe en sus posibilidades divinas. Si tiene fe en sí mismo y fe en el Guru viviente, entonces fácilmente puede realizar el deber supremo, el deber del autodescubrimiento, la realización de Dios.


EL 7. Universidad de Boston, Boston, Massachusetts, 24 de marzo de 1969