Pregunta: No entiendo por qué el Amor de Dios no entra en mí incluso aunque mantengo las puertas cerradas.

Sri Chinmoy: Si el Amor de Dios entra en ti cuando no estás receptivo, lo verás como un elemento extraño. No lo apreciarás o no te importará. Si alguien pone ante ti la comida más deliciosa, pero tú no la aprecias, ¿por qué habría de traértela? Será una pérdida de tiempo; la rechazarás y sentirás que no tiene ningún valor.

Una persona no aspirante, una persona deseosa, se recreará en el placer de la ignorancia. ¿Es el deber ineludible de Dios descender y ofrecer Su Paz, Su Luz y Su Dicha infinitas a este tipo de persona? ¡No! Pero si alguien implora y se esfuerza por conseguir un ápice de Paz, Luz y Dicha, entonces Dios sentirá que esta persona lo merece. Sabemos cómo llorar en todo momento. Lloramos por las cosas que nos abandonan y nos defraudan; por el ego y sus hijos: el temor, la duda, la ansiedad y la preocupación. Lloramos por el nombre y la fama, por el dinero, la riqueza y las posesiones; pero no lloramos por Dios, por Su Luz y Su Deleite. No lloramos por lo que se supone que tenemos que llorar; no lloramos por la riqueza que todos tuvimos una vez. No podemos simplemente jugar con la Verdad eterna y la Realidad más elevada; tenemos que valorarlas también. En este mundo, cuando valoramos algo, trabajamos muy duro para conseguirlo. Si no trabajamos duro, no conseguimos nada. Si no valoramos la sabiduría, ¿aparecerá la sabiduría sobre nosotros? Únicamente cuando hemos trabajado duro por ella, la sabiduría aparecerá. Por todo lo que conseguimos tenemos que ofrecer algo de nosotros; pero vemos que lo que damos es casi nada comparado con lo que conseguimos. Tardamos un segundo en abrir la puerta, y la persona que entra —el Invitado Eterno— nos trae la Eternidad. Pero si no nos tomamos la molestia de abrir la puerta, ¿por qué iba a venir? No Le daríamos el valor que se merece; sentiríamos que nos está trayendo cosas inútiles y que no necesitamos. En la vida espiritual tenemos que valorar en todo momento la Paz, la Luz y la Dicha, e implorar por ellas. Solo entonces podemos esperar obtenerlas de Dios; de lo contrario, aunque Él nos traiga Paz, Luz y Dicha en abundancia, diremos que no las necesitamos. Sentiremos la Gracia de Dios actuando a través de nuestra plegaria y meditación, pero no querremos aceptarla. Si no apreciamos lo que Dios nos da, Dios no se enfada con nosotros; sencillamente espera a que estemos listos para recibir Su Riqueza interna.